jueves, 29 de diciembre de 2016

Mis 30 series favoritas de 2016

Hace mucho que no escribo en el blog, prometo que ha sido por un buen motivo: estoy al borde del ataque de nervios escribiendo sobre series con otro fin. Este año he visto menos ficciones televisivas que el año pasado, y sobre todo, he visto menos series no estadounidenses. Por ello la lista de este año la componen 30 series, en vez de 50, como el año pasado (del 50 al 26, del 25 al 1), y también por ello es una apología involuntaria del imperio cultural americano. Espero enmendarlo en 2017.

30. Gaycation (Vice) (N)

Ellen Page y su amigo Ian Daniel se lanzan a recorrer varios países del mundo para observar cómo es la situación de las personas LGTBI en dichos lugares. Gaycation es una serie documental, a veces dolorosa, casi siempre enternecedora, sobre las personas y la sexualidad, y sobre cómo gran parte de la sociedad es incapaz, en muchas ocasiones, de entender y asumir la diversidad.

29. One Mississippi (Amazon) (N)
Tig Notaro exorciza los fantasmas de su cáncer y su infancia en esta dramedia familiar incómoda y reflexiva. Huyendo del victimismo, pone el dedo en la yaga de sus dolores y sus miedos, construyendo un relato cargado de ironía pero también de una sensibilidad especial. 




28. Paquita Salas (Flooxer) (N)
Javier Ambrossi y Javier Calvo, autores del musical La llamada, han puesto en el mapa audiovisual español a la nueva plataforma de contenidos online de Atresmedia: Flooxer. Esta comedia de 20 minutos sigue a Paquita Salas, una representante de actores venida a menos, que lucha por sobrevivir en un mundo cada vez más competitivo y descubrir a nuevas estrellas. Lo mejor de Paquita Salas es su sentido del humor y las descacharrantes bromas que hace sobre el panorama audiovisual español. Lo peor, un cierto sentimentalismo que no está del todo bien cocinado.

27. The Girlfriend Experience (Starz) (N)
Gélida. Así es, visual, narrativa y emocionalmente The Girlfriend Experience, una aproximación oscura y misteriosa a la psique de una mujer que ejerce de escort. La serie jamás nos sumerge en su mente. Y ahí radica la gracia. Es una serie a contracorriente, que no sólo no busca la empatía, sino que huye de ella. Lo apuesta todo a que nos fascine el hecho de no saber qué piensa su protagonista. Y gana. 

26. Shameless (Showtime) (-3)
Tras una sexta temporada (emitida, también, en 2016) en la que Shameless no había estado al excelente nivel que nos tenía acostumbrados, la serie de los Gallagher ha vuelto a funcionar a pleno rendimiento. Liberar a Fiona de ser el centro de la serie, dándole más cancha al resto de personajes, sobre todo a Lip, ha ayudado. Las dinámicas familiares han vuelto a ser lo mejor de una serie que sigue teniendo una inmensa capacidad de generar emoción.

25. Silicon Valley (HBO) (+9)
En un mundo en el que las multinacionales tecnológicas se han convertido en actores muy poderosos dentro del sistema, una comedia como Silicon Valley que buceé en sus miserias, es una joya. A menudo delirante, siempre desternillante, Silicon Valley nos cuenta cómo la vida no hace otra cosa que ponernos obstáculos, a pesar de que tengamos grandes ideas. En su entrañable (a la par que feroz) retrato del patetismo asociado al éxito reside su gracia (y su inteligencia).

24. Fleabag (Amazon) (N)
En el primer año post-Louie la dramedia personalista de autor ha experimentado un boom. Fleabag es la propuesta más radical y arriesgada dentro de esta corriente. También la más descacharrante. La protagonista es un total y absoluto desastre. Y por ello resulta sencillo ver en ella alguna de nuestras taras.


23. Atlanta (FX) (N)
Donald Glover se estrena como autor televisivo con una de las dramedias que más han dado que hablar este año. Atlanta se ríe de los problemas y prejuicios raciales para poner a Estados Unidos frente al espejo de sus vergüenzas e incongruencias. Pero también es un relato intimista de lo duro que resulta sobrevivir cuando no se tiene dinero en un mundo gobernado por el mismo. Huyendo de la desesperanza, Atlanta prefiere entregarse a la risa para analizar los problemas. Es todo un acierto.

22. O.J.: Made in America (ESPN) (N)
Tras el estreno de la ficción The People v. O.J. Simpson, llegó la miniserie documental O.J.: Made in America. Si la primera se centra únicamente en la detención y el primer juicio a O.J. La segunda comienza con la carrera deportiva del protagonista y termina con el encarcelamiento de O.J. tras un segundo hecho criminal. Este documental de ESPN es, ante todo, una reflexión sobre los problemas raciales que asolan a Estados Unidos. Una obra pertinente y excelentemente documentada y montada.

21. Girls (HBO) (+21)
Hannah se estrella contra la realidad. Con toda su dureza. Sus miserias salen a la luz en forma de un espectacular incendio. Siempre digo que conecto con Girls porque me vomita a la cara lo peor de mí mismo, lo que más me aterroriza de cómo soy y de cómo pienso. Es normal que las Girls puedan caer mal, no están diseñadas para gustar, son la representación brillante y retorcida de los fantasmas de una generación a la deriva.

20. Halt and catch fire (AMC) (+9)
La serie tecnológica de AMC pasa de los inicios de la informática personal a los albores de Internet, para ofrecernos, otro año más, un estudio de personajes fascinante. Cameron y Donna se confirman como dos de los personajes femeninos más interesantes de una hornada televisiva dónde las mujeres se han situado, por fin, en el centro de los relatos. Da igual que entiendas o no de informática, lo relevante de Halt and catch fire son los dramas humanos que presenta, analiza y disecciona.

19. BrainDead (CBS) (N)
Tras el final de The Good Wife, el matrimonio King volvió a sumergirse en las ciénagas de la política estadounidense, pero esta vez lo hizo desde la ciencia ficción y aumentando las dosis de humor que ya salpicaban su obra previa. El resultado ha sido una serie divertidísima, ágil e inteligente sobre los tejemanejes del poder. Tiene algunas de las secuencias más ingeniosas y graciosas del año (todas las relacionadas con sexo, sin duda alguna).

18. Transparent (Amazon) (-2)
La serie de Jill Solloway es un milagro en equilibrio. Una obra que consigue transmitir, como pocas, los sentimientos y las incongruencias de los seres humanos. Una reflexión pura y personalísima de lo que implica amar y ser amado. Una mirada lúcida sobre la familia y las relaciones afectivas. Los Pfefferman podrían resultar insoportables, pero Solloway logra transmitir el cariño con el que los escribe. Nadie es perfecto. Ni ellos, ni nosotros.

17. Gilmore Girls: A year in the life (Netflix) (N)
Es muy difícil para mí hablar de Gilmore Girls. Crecí como persona idolatrando esta serie, es, sin duda alguna, una de las ficciones más importantes de mi vida. El regreso de la serie a cargo del matrimonio Palladino era para mí el acontecimiento televisivo más esperado del año. ¿Han cumplido con las expectativas? Sí, el regreso no ha sido únicamente un revival nostálgico, sino que ha expandido el relato, ahondado en las dudas e incertezas de estas tres mujeres (madre, hija y abuela) y reflexionado sobre el dolor y la madurez (ya sea a los 30, a los 50 o a los 70 años). Sí, han cumplido con las expectativas. Y teniendo en cuenta la última secuencia, deberían volver a nuestras vidas en unos años.

16. Please Like Me (ABC) (-1)
Josh Thomas ha parido la temporada más pesimista de Please Like Me. Ha dolido. Su incisiva mirada sobre cómo piensa toda una generación sigue siendo relevante. Thomas maneja el paso de la risa a la lágrima con una soltura pasmosa. Cómo cuesta madurar, ¡a cuántas cosas te obliga a renunciar!



15. Gomorra (Sky Italia) (N)
La primera temporada de Gomorra impresionó por su contundencia narrativa y su descarnada imagen de la mafia napolitana. La segunda entrega ha mantenido el nivel, optando por una narración más pausada y reflexiva. Es un relato complejo y lleno de matices de un mundo en guerra perpetua. Brillante.



14. House of Cards (Netflix) (+8)
Poco se puede decir a estas alturas sobre el pérfido y sibilino matrimonio Underwood. Los dos protagonistas de esta cruel thriller político siguen devorándose mutuamente mientras se agarran con uñas y dientes al poder. Pasen y vean, este circo de pista múltiple no deja nunca de ser entretenidísimo. Pura droga.



13. Broad City (Comedy Central) (+6)
Abbi e Ilana siguen poniendo New York patas arriba, buscando su sitio en un mundo caótico dónde el éxito no se mide por cuánto dinero tienes, sino por cuán feliz puedes llegar a ser. Broad City sigue siendo un soplo de aire fresco. La serie con la que más me río de la televisión actual. Una visión hilarante (y no por ello menos incisiva) de una generación perdida.


12. Horace and Pete (Louisck.net) (N)
Louis CK, uno de los autores audiovisuales más estimulantes y certeros de los últimos años, lanzó por sorpresa en su propia web, Horace and Pete, una miniserie que bucea en las desgracias e insatisfacciones vitales de una familia de perdedores. Lo hace, con un estilo cercano al teatro filmado, a través de largas y dolorosas conversaciones entre los miembros de dicha familia. Horace and Pete es ácida, tierna y dura, muy dura. Todo un regalo.

11. Black Mirror (Netflix) (N)
La antología distópica de Charlie Brooker sobre el poder de las pantallas en nuestra sociedad, regresó este año tras una larga ausencia, de la mano de Netflix, con seis nuevos episodios. De entre estas seis lúcidas e inquietantes obras independientes cabría destacar Nosedive (3x01) y, sobre todo, San Junipero (3x04). Quizás hayamos estado ante la temporada más irregular de la serie, sin embargo ha vuelto a rayas a cotas muy altas y confirmado lo que ya sabíamos: necesitamos a Black Mirror para que nos ayude a reflexionar sobre la deriva de nuestro mundo.

10. The Young Pope (Sky Italia/HBO) (N)
Paolo Sorrentino, uno de los autores audiovisuales más estimulante, personal y corrosivo de las últimas décadas, ha dado el salto a la televisión con esta superproducción que sigue a un joven Papa recién elegido, mostrando sus disquisiciones, miedos, complejos, odios y pasiones. El Papa de Jude Law y Sorrentino es un animal salvaje, corroído, conservador, en el que es imposible adentrarse, porque jamás termina de mostrar su interior. Sorrentino no ha terminado de ajustar sus cuentas pendientes con la todopoderosa Iglesia Católica. Debemos estar contentos de ello.

9. American Crime (ABC) (+31)
Si la primera temporada era un drama multirracial urbano, la segunda entrega de la antología de John Ridley viaja de California a Indiana, para sumergirse en el mundo suburbial. Lo que allí nos encontramos es una violencia social sumergida que explota en forma de odio y crimen. Quizás estamos ante la serie más pesimista y triste del año.


8. Veep (HBO) (+9)
En el año de la victoria electoral de Donald Trump, Veep, como dijo la propia Julia Louis-Dreyfuss al recoger su 5º Emmy consecutivo, ha pasado de ser una sátira política a un documental realista. La última entrega de esta comedia abrasiva ha vuelto a ser una de las obras más graciosas, inteligentes e ingeniosas del año. Posee los diálogos más brillantes de la televisión actual.


7. Westworld (HBO) (N)
Con Game of Thrones llegando a su final y Netflix acaparando la atención seriéfila, HBO necesitaba un nuevo gran relato insignia. Habrá que ver cómo evoluciona el año que viene, pero desde luego Westworld es carne de obra de culto. Ciencia ficción inteligente, inquietante, misteriosa y dolorosa. Quizás estemos hablando de la serie más hipnótica del año. Incluso cuando no sabía qué está pasando, era incapaz de apartar los ojos.

6. Rectify (Sundance Channel) (+4)
Rectify es una de las obras más delicadas y arriesgadas que ha parido la televisión en el último lustro. También, obviamente, una de las mejores. Una obra dolorosa sobre la culpa, el paso del tiempo (y el tiempo perdido), la familia y la soledad. No podría ser más sensible y emocionante. Su última temporada ha sido el cierre perfecto a un relato narrado con sosiego. Una de las obras cumbres de eso que se ha dado en llamar la slow tv.

5. BoJack Horseman (Netflix) (+19)
Sin Louie en emisión, BoJack Horseman se ha convertido en la serie que mejor y de forma más profunda indaga en eso tan terrible y escurridizo que llamamos el vacío existencial. Los problemas comunicativos, la soledad, la insatisfacción y la autodestrucción se dan cita en una obra que te puede llegar a destrozar emocionalmente. Alguno de sus capítulos de esta temporada (como el capítulo mudo debajo del mar) son, simplemente, arte.

4. American Crime Story: The People v. O.J. Simpson (FX) (N)
Pocas series este año han generado la conversación y el análisis suscitado por esta primera temporada de la nueva antología de la factoría Ryan Murphy (que aquí produce y dirige, pero no escribe). The People v. O.J. Simpson ha tenido la suerte de aterrizar en un momento en el que el conflicto racial que aún rasga a Estados Unidos está en el centro del debate nacional. Su visión de la raza, la desigualdad, los media, la formación de opinión pública y el sistema judicial, es rica, incisiva y estimulante.

3. The Crown (Netflix) (N)
Peter Morgan ha dedicado su excelente carrera como guionista a bucear en el sistema institucional británico (su trilogía sobre Tony Blair) y a reconstruir duelos históricos (Frost/Nixon, Rush). En The Crown vuelve a aunar esas dos vertientes de su obra para poner en pie la que quizás (el tiempo lo dirá) sea su obra cumbre: el relato tierno y duro a partes iguales del reinado de Isabel II. En esta primera temporada, centrada en el ascenso al poder de la joven reina, la dimensión personal (familiar, sentimental) y la institucional (política, social) se han ido entrelazando hasta construir una obra apasionante sobre una mujer imperturbable. 

2. The Americans (FX) (+3)
Tras lograr, por fin, el reconocimiento de los Emmys, The Americans ha cerrado el año demostrando que pocas series actuales están dotadas de su hondura, complejidad moral y capacidad para inquietar al espectador. Los Jennings se precipitan hacia el precipicio, mientras intentan supurar las heridas que los separan y, que a la vez, los unen.


1. Game of Thrones (HBO) (+5)

En su rotunda, apasionante, conmovedora y poderosa sexta temporada, la ficción de Benioff y Weiss ha rubricado un título que es, en parte mérito suyo, y en parte demérito de los demás: El gran relato televisivo en activo. Tras el final de Mad Men el año pasado y el de Breaking Bad el anterior, Game of Thrones se ha convertido en la serie en emisión más relevante y, sí, canónica. Su última temporada, la séptima, se dividirá en dos partes emitidas en 2017 y 2018, siguiendo el ejemplo, sí, de Breaking Bad y Mad Men. Ninguna casualidad.

miércoles, 22 de junio de 2016

Íñigo Errejón: el niño y la bestia

POLÍTICA, MANUAL DE INSTRUCCIONES







A las puertas del inicio oficial de la campaña electoral (la oficiosa comenzó con las elecciones europeas de 2014 y la irrupción de Podemos), Fernando León de Aranoa, máximo exponente del cine social español de las últimas décadas, estrenó Política, manual de instrucciones, un documental producido por Mediapro, uno de los grandes grupos mediáticos españoles, que narra la evolución de Podemos desde la asamblea fundacional de Vistalegre (octubre de 2014) hasta las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015. El film, narrado desde una mirada aséptica, no sólo no elude los conflictos internos, sino que en cierta forma se estructura a partir de los mismos. Política, manual de instrucciones no es sólo la historia de un éxito electoral, también es una reflexión, a veces agria, a veces esperanzada, sobre lo que implica poner en marcha una estrategia ganadora para hacerse con el poder. En este conflicto entre ideales y pragmatismo en un partido que pretende construir un bloque contra-hegemónico, el único actor que salió victorioso de cada escaramuza no fue Pablo Iglesias, sino, Íñigo Errejón, verdadero protagonista del documental, una bestia política disfrazada de nieto geek.

En el seno de un partido, al igual que en el de cualquier relación humana, se producen quiebras y grietas. La primera que sufrió Podemos tuvo lugar en Vistalegre, en el inicio de su “asalto a los cielos”, remitiéndose a Marx. Lo que estaba en juego en aquel cónclave era la organización interna del partido. Lo que, en aquel momento, era el equipo de Pablo Iglesias propugnaba construir un partido organizativamente similar a los hegemónicos, con un liderazgo sólido y volcado en las dinámicas comunicativas externas, en vez de en las internas. Mientras que la oposición interna al mismo, una entente cordiale entre el ala más radical, liderada por Teresa Rodríguez, y la más moderada, aglutinada en torno a Pablo Echenique, defendía un partido más horizontal que vertical, con un liderazgo plural, que trasladara a la práctica la idea-fuerza de que en Podemos no mandaban los cargos, sino directamente todos sus miembros. Aranoa acierta de pleno al mostrarnos, no sólo los discursos construidos por ambos bandos, sino también las estrategias que fundamentaban dichos discursos. Aquella primera disputa supuso la pérdida de la inocencia del partido. La victoria aplastante de las tesis del equipo de Iglesias, que había condicionado su continuidad al frente del partido a la victoria de sus propuestas, convirtió a Podemos no en un partido que trabajara la democracia real, como la estructura en círculos invitaba a creer, sino en una máquina electoral diseñada para ganar.

El siguiente conflicto de calado se produjo, tras el auge de Podemos en las encuestas, en el seno del propio equipo de Pablo Iglesias. Lo cual hace que dicho conflicto sea la parte más interesante del documental de Aranoa. A principios de 2015, el acoso de las empresas mediáticas hegemónicas vino acompañado de dos campañas que buscaban desprestigiar al partido en su propio terreno: la lucha contra la corrupción. Una, de baja intensidad, tenía como protagonista a Íñigo Errejón y un contrato de investigación en la Universidad de Málaga. La otra, que llegó a dañar gravemente en el terreno comunicativo al partido, tenía como foco a Juan Carlos Monedero y a la Hacienda pública. Tras aquellos escándalos y el declive de Podemos en las encuestas, Monedero terminaría abandonando la dirección. La salida de Monedero se nos explicó como consecuencia del éxito que la campaña mediática y partidista había tenido. Podemos, había sido derrotado en su terreno de lucha predilecto: la corrupción. Sin embargo, de fondo había un conflicto bastante más trascendental en términos de estrategia de poder. Mientras Errejón abogaba y aboga por luchar sólo las guerras que se pueden ganar, Monedero defendía que no valía de nada no entrar en debates peliagudos, es decir, posicionarse, proponer... errar. Para Errejón el objetivo único es crear un bloque contra-hegemónico, liderado por Podemos, transversal (la palabra mágica), sin posicionamientos ideológicos manifiestos, que pueda conectar con una mayoría social apartidista, aunque ello implique evitar conflictos y propuestas, ya que los mismos traen consigo la pérdida de votantes que dejan de sentirse identificados con un proyecto diseñado sobre ideas-fuerza que apelan al sentido común. En cambio, Monedero cree que intentar alcanzar el poder abandonando las propuestas más polémicas y transformadoras, evitando sufrir daños, es un error de calado, puesto que supone construir un proyecto sin propuestas específicas. Monedero plantea el asalto al poder desde posiciones ideológicas sólidas, Errejón desde una transversalidad social que demanda justamente lo contrario. Para Monedero importa el proceso, para Errejón lo relevante es el fin: ejercer el poder para emprender medidas de menor calado, pero que generan un mayor consenso social. En cierta forma la victoria de Errejón sobre Monedero supuso la contradicción inmediata de la frase más célebre que pronunció Iglesias en Vistalegre: “el cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”. De hecho, en una de las maravillosas anécdotas trascendentes que nos deja el documental, Errejón desaconseja a Iglesias que pronuncie dicha frase, porque será con lo que titulen los medios. Dicha predicción se cumple e Iglesias cierra la discusión, entre risas, sosteniendo que tenía que dejar una frase para los historiadores.


Podemos salió de aquella crisis doble, interna y externa, gracias al éxito de las confluencias municipales, más que por los resultados obtenidos en las elecciones autonómicas, a las que acudió en solitario. Sin embargo, el espectacular resultado de Ciudadanos en las elecciones catalanes y el fracaso de Catalunya si que es pot, volvieron a situar al partido en una situación precaria en las encuestas. De ahí nace la estrategia de la remontada que acabaría llevando a Podemos y a sus confluencias a las puertas del sorpasso al PSOE. Pero antes de todo ello, se produjeron dos nuevos conflictos, uno, por las listas electorales, otro, por la confluencia a nivel estatal con Izquierda Unida. En ambos casos triunfaron las tesis de Errejón: liderazgo centralizado y transversalidad. Sin embargo, una vez más, el sistema mediático español dibujó a Iglesias (y a su ego) como el villano del relato. Algo que se reproduciría en las negociaciones para formar gobierno. Es más fácil, en términos puramente narrativos, convertir en el enemigo a un hombre como Pablo Iglesias. Es difícil dibujar a Errejón como un peligro, al igual que a Alberto Garzón. Ambos hablan con tranquilidad, evitan un discurso abiertamente conflictivo y no polarizan las opiniones de aquellos con los que se comunican. En cambio, Iglesias sí lo hace, y en ello reside su éxito, pero también sobre ello se cimientan las tácticas que se ponen en marcha en su contra. Como dice una amiga mía sobre otra, que a menudo no usa sujetador: lo que ves es lo que hay. Iglesias es así, brillante, egocéntrico, manipulador, astuto y divisivo. Iglesias, al igual que mi amiga, va por la vida sin protegerse el pecho. Por ello se puede consumir en cualquier momento. En cambio Errejón, quizás el mayor estratega de la política española actual, ha llegado para quedarse. El gran logro de Política, manual de instrucciones es haber profundizado en el discurso, la estrategia y la psique de un actor llamado a ocupar un papel relevante en las dinámicas de poder de nuestro sistema durante mucho tiempo: Íñigo Errejón.

martes, 21 de junio de 2016

The Queen in the North

GAME OF THRONES - The Battle of the Bastards


Spoilers de Game of Thrones hasta el final del 6x09


Este domingo se emitió en Estados Unidos (y en gran parte del mundo) el noveno capítulo de la sexta entrega de Game of Thrones, el mayor fenómeno seriéfilo de la televisión actual. La expectación estaba por las nubes desde que HBO hiciera públicos los títulos de los capítulos de la segunda parte de la temporada. The Battle of the Bastards dejaba poco lugar a la especulación, la pelea entre los hijos bastardos (ejem) de Ned Stark y Roose Bolton, dilucidaría de esta forma quién gobernaría en el Norte, si los malogrados, apaleados y pisoteados Stark, clan que reinó en dicho territorio durante siglos, o los Bolton, que aliados con los Lannister se habían hecho con el poder mediante la cruel masacre llevada a cabo en la Boda Roja (3x09). Para rodar esa lucha encarnizada a vida o muerte HBO, los showrunners Benioff y Weiss llamaron a Miguel Sapochnik, el hombre detrás del capítulo mejor rodado de la serie, Hardhome, el asalto de los muertos a Casa Austera (5x08). Y para construir el relato optaron, sabiamente, por hacer girar el episodio únicamente sobre dos tramas: por un lado la batalla en el Norte, por otro, la consolidación del poder de Daenerys en el Este, más allá del mar Angosto. Así, un episodio que estaba llamado a ser protagonizado por dos hombres: el invencible (resurrección mediante) héroe, Jon Snow, y el pérfido villano, Ramsay Bolton; acabó siendo okupado por tres mujeres: Daenerys Taragaryen, Yara Greyjoy y, sobre todo, Sansa Stark.

Game of Thrones ha construido, a lo largo de todo el relato, a varios personajes femeninos que luchan, en un mundo rabiosamente misógino, por empoderarse. Ha sido, sin duda alguna, una de sus principales aportaciones a nivel de impacto social. Conquistar para las mujeres el terreno de la fantasía medieval es un logro inmenso y uno de los motivos por los que Game of Thrones será recordada como una de las grandes ficciones televisivas de nuestro tiempo. Así, The Battle of the Bastards ha mezclado los mejores elementos con los que cuenta la serie: espectacularidad, tensión, drama familiar y una clarividente reflexión sobre el poder y sobre las estrategias para conquistarlo o retenerlo.

Daenerys ha puesto fin, mediante el uso de la fuerza, a la rebelión de los esclavistas. Por fin, tras demasiado tiempo, todo sea dicho, controla definitivamente las ciudades libres. Tras el fracaso de la estrategia de Tyrion, pactar con los esclavistas, Daenerys ha frenado la rebelión de los mismos gracias a sus dragones y a su ejército doothraki. Ha terminado la travesía por el desierto, la Khaleesi está lista para cruzar el Mar Angosto y conquistar Poniente. Para ello ha sellado un pacto con Yara Greyjoy, que le facilitará barcos, le prometerá fidelidad y renunciará a que las Islas del Hierro sigan viviendo a base de saqueos y asaltos en el mar. A cambio Daenerys se asegurará de que Yara controle dichas Islas, rechazando la futura oferta de su tío Euron. Daenerys combina así el uso de la fuerza y la capacidad de pactar, ataque y consenso, en una estrategia de poder que busca situarla a ella sobre el Trono de Hierro.


Si todas las tácticas que pone en marcha Daenerys parecen, a priori, acertadas, justamente lo contrario le ocurre a Jon Snow. A pesar de los sabios consejos que le da Sansa en una maravillosa discusión en penumbras, Snow comete todos los errores que podría cometer en su planteamiento de la batalla contra Bolton. El problema de Jon Snow es que no es un estratega, jamás ha ambicionado el poder, sino que su ejercicio le ha llegado casi por accidente. Si a eso le sumamos que se deja llevar por sus sentimientos en un mundo feroz, lo cual ya le costó su propia muerte, y que además no atiende a consejos, el resultado es un líder que no sabe liderar y al que siguen por su honradez y nobleza, no por su inteligencia o dotes estratégicas o discursivas. Si Daenerys cimienta sus ambiciones sobre la premisa de que sería una buena reina, una líder justa, Jon esgrime que es el hombre que hace siempre lo correcto moralmente, aunque no sea lo más astuto. El problema es que Poniente no es un territorio para hombres buenos. Por eso cae en las trampas que le tiende Ramsay Bolton, su antítesis a todos los niveles: pérfido, retorcido, malicioso, ingenioso y ególatra (su perdición). Era imposible para Jon salvar a Rickon en medio de una cacería fríamente planificada por Bolton y aún así desmonta toda su táctica de esperar al ataque de Bolton para intentar rescatar a su hermano. Una operación suicida. A partir de ahí se pone en marcha una batalla cruenta y asfixiante en la que el ejército de los Stark se ve rodeado y masacrado por el de Bolton.


Por suerte para Jon Snow, a su lado, aunque él no acabe de verla como una igual, está Sansa, aquella adolescente de la primera temporada, frívola y banal, que ha terminado por convertirse en una mujer astuta, inteligente, calculadora y valiente. En paralelo a las negociaciones de Snow con el resto de clanes del Norte, Sansa pone en marcha una estrategia doble: coaligarse con Meñique y pedir ayuda a los Tully. Así, gracias a ella, Gandalf Meñique, llega con la primera luz del quinto día justo a tiempo, para destruir las filas de Bolton y cambiar drásticamente el rumbo de la batalla. Las complejas dinámicas de seducción, poder y manipulación entre Sansa y Meñique aún tienen mucho terreno para evolucionar. Sansa es el producto de un mundo violento e impredecible dónde no te puedes fiar de nadie. Durante todo su trayecto vital ha estado en manos de los dos actores más despiadados del relato: Joffrey y Ramsay; y se ha relacionado con los dos estrategas más brillantes: Tyrion y Meñique. El resultado de todo este proceso lo hemos podido ver a lo largo de toda la temporada, germinando definitivamente en la secuencia final entre Sansa y Ramsay, cuando ésta observa directamente cómo los perros devoran al hombre que la violó y la destruyó emocionalmente. Una catarsis salvaje en un mundo salvaje. Los Stark están de vuelta, Jon Snow es un héroe, pero Sansa es la verdadera, The Queen in the North. Tiene todas las aptitudes para ser una gran gobernante en tiempos convulsos.

martes, 26 de abril de 2016

¿Qué coño estoy haciendo con mi vida?

BROAD CITY - Tercera temporada / GIRLS - Quinta temporada


Puede haber spoilers de Girls, pero creo que no de Broad City


La semana pasada terminaron las temporadas de dos series que lanzan una mirada incisiva a toda una generación, aquellos que nacimos en los 80, perdida entre lo que le prometieron (casa, trabajo, familia, perro) y lo que se ha encontrado (nada de lo anterior, como mucho un gato, más fácil de tener en tu piso de alquiler compartido). Esas series son Girls (HBO) y Broad City (Comedy Central). Ambas son, en cierta forma, complementarias. Si Girls nos enseña la peor parte de nosotros mismos, construyendo una dramedia negrísima: el egoísmo sin límites, la obcecación en nuestros errores, el pánico al fracaso, la inmadurez emocional, las promesas incumplidas, las plegarias desatendidas... Broad City, en cambio, aborda el dibujo de nuestra generación desde la comedia pura: ¿vamos a la deriva? ¿y? Quizás por eso Broad City me hace feliz y Girls me hace desgraciado. O más bien, me recuerda que soy un desgraciado. Quizás también, por eso, me siento cómodo reflejado en el patetismo de Abbi y sin embargo me escuece ver a mi peor yo en el comportamiento de Hannah.

Paradójicamente, Abbi e Ilana tienen una vida mucho más desordenada, caótica y fallida que las Girls de Dunham, y sin embargo son infinitamente más felices. Mientras que todas las Girls viven en un estado de crisis vital total, las chicas de Broad City se sobreponen a sus problemas cometiendo un sin fin de locuras. Abbi, al igual que Marnie, pretendía ser una artista, sin embargo ha terminado en un gimnasio, en el que tras recoger mucho pelo púbico, ha ascendido de limpiadora a entrenadora. Podría parecer una derrota y sin embargo es feliz con lo que tiene. Quizás nuestra insatisfacción generacional resida principalmente en el incumplimiento de las expectativas creadas. Somos víctimas de nuestro propio hype vital. En cambio Marnie, cuya carrera cómo cantautora va viento en popa, está sumida en una crisis profunda de identidad: ¿quién soy? El gran acierto de esta temporada de Girls ha sido empujar a sus protagonistas hacia una especie de catarsis vital. Tras varias temporadas perdida en sí misma, Marnie recuperó el rumbo en The Panic in Central Park (5x06), cuando se cruza de nuevo en su vida Charlie. Al final de esa noche que pasan juntos algo se ha roto en Marnie. Aún sigue sin saber quién es, pero sabe que no es la persona que está casada con Desi y está preparada, por fin, para averiguarlo.

#FeelTheBern Forever

Frente a las catarsis planteadas por Dunham, Jacobson y Glazer huyen de dicho esquema de forma premeditada. Cuando en Burning Bridges (3x08), Abbi e Ilana descubren que se han mentido mutuamente, por primera vez en sus vidas, tras una cena desternillantemente desastrosa, no se produce ninguna catarsis, no hay una gran pelea, no se vomitan dolorosas palabras a la cara, simplemente se entienden la una a la otra. No hay drama. Lo que en Girls hubiera provocado una escena incomodísima, en la que las amigas se arañan emocionalmente hasta hacerse sangre, en Broad City se resuelve a través de la comprensión mutua. En este sentido me siento más identificado con Abbie e Ilana, ya estamos bastante jodidos cómo para hacernos daño entre nosotros.


Precisamente daño es lo que hace, y sobre todo se hace, Hannah Horvath a lo largo de la última temporada de Girls. Retomamos al personaje en un momento teóricamente dulce de su vida, tiene un buen trabajo, que no es su trabajo soñado, pero desde luego es un trabajo que ya nos gustaría a cualquiera de nosotros, como profesora, tiene una relación teóricamente estable con su compañero en el instituto, se mudan a vivir juntos... Todo marcha cómo debería. O no. El problema de Hannah es que a lo largo de todos estos años ha ido arrastrando problemas sin resolver. Si en el 1x01 decía que quería ser la voz de una generación, a lo largo de esta temporada hemos podido observar que ya no es que no sea la voz de esa generación, la nuestra, sino que ella misma carece de voz. Otra vez una crisis de identidad severa. ¿Quién es Hannah? Durante los primeros 9 capítulos de la temporada, Hannah va quemando poco a poco sus relaciones de amistad, su relación de pareja y su relación laboral, hasta terminar sola, literalmente tirada en una estación de servicio (5x08). En cierta forma Hannah se nos ha mostrado como esa amenaza latente de la autodestrucción que pesa sobre nuestras cabezas. Ha sido egoísta, ha sido estúpida y ha sido inconsciente. De tanto errar ha terminado por perderse. Por ello la catarsis del último capítulo, I love you baby (5x10), es tan poderosa. Hannah recupera por fin su voz y con ella el rumbo, quizás no vital, porque seguimos sin saber qué hará con su vida, pero sí emocional, sentimental e identitario. Paradójicamente, Hannah termina en el mismo punto que las protagonistas de Broad City: no sé que coño estoy haciendo con mi vida, pero sé quién soy. Ojalá yo pudiera encontrarme también a mí mismo (y ser tan feliz como Ilana y Abbi).

domingo, 10 de abril de 2016

Crimen, raza y ¿castigo?

AMERICAN CRIME STORY: The People v. O.J. Simpson




American Crime Story aterrizó en la televisión estadounidense en medio de intensos debates sobre el racismo que aún impera en la sociedad americana y en su sistema político-legal. Estados Unidos sigue siendo un país dónde las tasas de mortalidad y de encarcelamiento de los hombres negros son muy superiores a las de los hombres blancos.  Tras el asesinato a manos de la policía de un joven negro desarmado en Ferguson (Missouri) en el verano de 2014 y los disturbios que dicho asesinato desataron, el problema del racismo ha vuelto a ser una prioridad nacional, recordando a todos los estadounidenses que la elección del primer Presidente negro no había cambiado ni las mentalidades de las personas, ni los procedimientos legales y de seguridad, ni los condicionantes socio-económicos. La televisión ha intentado reflexionar sobre el racismo en medio de este clima de tensión racial creciente. Ya sea de forma episódica, como The Good Wife o Scandal, ya sea a través de la comedia, como The Carmichael Show, o ya sea colocándolo en el corazón mismo de su relato, como en American Crime. Así, la televisión le ha ganado limpiamente la partida a su hermano mayor, el cine, dónde los negros siguen siendo invisibilizados por una industria gobernada por hombres blancos. American Crime Story: The People v. OJ Simpson, ideada y escrita por el tándem Scott Alexander y Larry Karaszewski, guionistas de The People v. Larry Flint, otro relato judicial mediático y mediatizado, bajo el auspicio del hombre-marca Ryan Murphy, aquí productor y director, ha venido a continuar y amplificar las reflexiones que todas estas series habían llevado a cabo antes, convirtiéndose en una de las ficciones más interesantes y trascendentes de este 2016.

(A partir de aquí se hablará abiertamente de lo acontecido durante el caso O.J. Simpson)

O.J. Simpson, un famoso jugador retirado de la NFL (la Liga de fútbol americano) es acusado de haber asesinado a su ex-mujer y a un hombre que se encontraba con ella en el momento del crimen. Tras darse a la fuga antes de ser detenido, y volver finalmente para entregarse, es sometido a un proceso judicial televisado en vivo y en directo para todo el país, llegándose a producir altercados en torno al mismo. A partir de esta jugosa premisa, Alexander y Karaszewski desarrollan un fantástico estudio de personajes, pero sobre todo elaboran un riquísimo estudio social de un país fragmentado y que no ha sabido enfrentarse a su doloroso pasado.

En el último capítulo de la ficción, el décimo, ya en su media hora final, tras darse a conocer el veredicto del jurado, el abogado principal del Dream Team de O.J. Simpson (Cuba Gooding Jr.), Johnnie Cochran (un inmenso Courtney B. Vance) se acerca, magnánimo en la victoria, al segundo de abordo del equipo de la fiscalía, Christopher Darden (Sterling K. Brown). Ambos son, además del propio O.J., las dos únicas personas negras relevantes en el relato, además, claro está, de los miembros de un jurado mayoritariamente compuesto por negros. Toda la secuencia transcurre en el interior de los juzgados, en un piso completamente vacío y entre claroscuros. Cochran, tras reconocer el inmenso trabajo llevado a cabo por Darden, le dice que una vez que las aguas se apacigüen, le encantaría ayudarlos para que vuelva “a formar parte de la comunidad”. La comunidad negra. A la que siguiendo las tesis de Cochran, Darden había traicionado al trabajar para unos aparatos legales y policiales, la Fiscalía y la policía de Los Ángeles, dominados por blancos, para encarcelar a un ciudadano negro. No a un ciudadano negro cualquiera, sino a un ciudadano negro famoso y respetado, al que Cochran, con su estrategia a lo largo del juicio, transformó en un símbolo del racismo sistemático contra los negros. Darden, que a lo largo del juicio había sucumbido una y otra vez a la manipulación que Cochran hizo de sus propios sentimientos, empujándolo hacia la traición a su propia raza, mantiene en esta secuencia una templanza que no había demostrado hasta el momento. Ya no tenía nada que perder, porque la sentencia del caso O.J. había destruido todo en lo que creía: una justicia igual para todos, basada en la verdad y no en la raza.

-    - Bueno, nunca me marché. ¿Crees que no entiendo la situación? La entiendo. Es venganza. O.J. es el primer acusado negro de la historia en librarse porque es negro.
-    - La gente verá quién es la policía en realidad...
-   - Y también lo bien que sabes darle la vuelta al sistema. No hay ningún escalón hacia los derechos civiles. La policía de este país seguirá arrestándonos, pegándonos, matándonos. No has cambiado nada para la gente negra aquí. Excepto, por supuesto, que eres uno rico y famoso en Brentwood.



Esta conversación resume a la perfección qué pretende contar la primera entrega de esta antología criminal. Cómo Cochran convirtió el caso O.J. en un juicio mediático masivo en torno a la corrupción de la policía y el racismo del sistema, sacando a la luz las heridas abiertas de un país que había vivido salvajemente la esclavitud y la segregación y dónde 25 años antes había sido asesinado Martin Luther King. O.J. un hombre negro, exitoso deportista y celebrity, que vivía en un barrio de clase alta, y por lo tanto blanco, rodeado de blancos, como su mejor amigo Robert Kardashian (David Schwimmer), y de espaldas a esa comunidad negra de la que hablaba Cochran, termina convirtiéndose en la última esperanza de dicha comunidad, en el hombre que encarna las ansias de venganza de millones de personas aplastadas por un sistema en el que no se ven representados. 

El juicio a O.J. Simpson y su sentencia exculpatoria, sacudieron a un país que a mediados de los 90, vivía una calma aparente, bajo la que supuraban el odio, el racismo, la violencia y el machismo. De hecho, destacaría fundamentalmente tres aspectos de ACS: su dibujo del racismo, no sólo de blancos hacia negros, sino también a la inversa, dibujando a un país profundamente dividido; la panorámica socio-cultural de los Estados Unidos pre-11-S y pre-masificación de internet, a través de la televisión cómo gran teatro del mundo; y en tercer lugar, cómo ahonda en la violencia, física, simbólica, laboral y mediática que genera el machismo. La fiscal Marcia Clark (la mejor Sarah Paulson desde AHS: Asylum) se convierte así en la protagonista del relato, teniendo a Cochran como antagonista. El sensacional y complejo dibujo que hace la serie de una mujer luchando contra terribles dinámicas de poder machistas es sensacional. Y alcanza su culmen en el maravilloso Marcia, Marcia, Marcia (1x06), en el que la fiscal tiene que lidiar a la vez con sus problemas familiares, la estrategia destructiva de su rival, el acoso mediático y sus propios miedos e inseguridades. El capítulo es un sensacional retrato del acoso al que se ven sometidas muchas mujeres en situaciones de poder en un sistema controlado por hombres. Junto con el último episodio y el antepenúltimo, el del jurado (sus prácticamente nulas deliberaciones en la finale son oro), uno de los episodios más vibrantes y lúcidos de una ficción que viajado a los 90 para reconstruirnos aquello años y demostrarnos que la sociedad americana no ha cambiado tanto, que sigue, como ya se veía en su hermana American Crime, acosada y fracturada por problemas muy similares.

lunes, 4 de abril de 2016

El lampreavismo o el arte de ser una señora moderna




Hoy ha muerto Chus Lampreave, y con ella ha muerto una de las actrices cómicas más grandes que hemos tenido. Aunque su figura se asociará, para siempre, al cine de Pedro Almodóvar, lo cierto es que Chus Lampreave ya era una gran actriz mucho antes de gritar diálogos del manchego como los gritaría cualquiera de nuestras abuelas. Cuando Lampreave y Almodóvar colaboraron por primera vez, en la tercera película del director, Entre tinieblas, la actriz ya había trabajado con Berlanga, Ferreri, Armiñán, Mercero o Forqué. Ya era esa actriz secundaria total, capaz de exprimir hasta la última gota de sus personajes, que dotaba de personalidad propia, velocidad y punch cómico a cada uno de sus diálogos. Y luego, claro, llegó Almodóvar, para convertirla en un imposible icono pop, dándole algunas de las frases más descacharrantes de su cine. Pero también Cuerda o Trueba, con el que ganaría su único Goya, gracias a Belle Époque, o el fenómeno que supuso Torrente. Y así fue como Chus Lampreave se convirtió en un actriz respetada y querida por todo el país. Una chica Almodóvar drásticamente diferente a las demás. Quizás la única actriz que no se veía engullida por los diálogos del director, sino que se apoderaba de ellos. Cuando vemos a Carmen Maura, Victoria Abril, Marisa Paredes o Penélope Cruz recitar a Almodóvar, no dejamos de ver a magníficas intérpretes poniendo voz y rostro a sus pensamientos, a sus ideas, a sus frases lapidarias, a sus chistes soeces. En cambio, cuando es Chus Lampreave la que los recita, parece como si fueran suyos, como si la mente de Almodóvar y el cuerpo de Lampreave fueran un único ser, una descomunal máquina de escupir verdades, casi todas en tono cómico, pero verdades, porque no todas las verdades tienen que doler.

A través de la filmografía de Chus Lampreave, podemos hacer un recorrido por las comedias más relevantes del cine español. El cochecito, El verdugo, La escopeta nacional, Mujeres al borde de un ataque de nervios, Amanece que no es poco, Belle Époque... En todas ellas estaba Chus Lampreave, siempre en un segundo plano, clavando cada uno de sus diálogos con una puntería cómica al alcance de muy pocos, iluminando cada una de estas películas con su comicidad y entrañabilidad (en esta casa diríamos riquiñismo). Este fin de semana pasado, preparándome para el estreno de Julieta, la nueva película de Almodóvar, en la que por desgracia Lampreave no aparecerá para robar alguna secuencia, vi Entre tinieblas, su primera película juntos, en la que la actriz encarnaba a una de las monjas que protagonizaban la cinta, y La flor de mi secreto, la única película de Almodóvar por la que obtuvo una nominación al Goya. Tuve un fin de semana preñado de lampreavismo. Me hizo reír cómo la primera vez, cuando la conocí, maravillado y doblado de la risa en ¿Qué he hecho yo para merecer esto! Y no será la última vez, porque uno de los elementos fundamentales del cine como arte es que puede ser eterno. Chus Lampreave ha muerto, pero me seguirá haciendo reír y emocionándome toda la vida. Los ecos de sus besos ruidosos me acompañarán siempre.

Con sus interpretaciones, Chus Lampreave ayudaba a conciliar la España de nuestros abuelos, criada y curtida en el franquismo, con la nuestra, la de los nacidos después de la Transición. ¿Quién no ha visto reflejada a su abuela en alguno de los personajes de la actriz? Con sus expresiones de incredulidad y sorpresa, Lampreave nos trajo píldoras de la sabiduría de nuestros mayores, actualizándolas para los tiempos actuales. Por eso algunas de sus secuencias son igual de creíbles como parte de una cena familiar que como un vine. En los tiempos terriblemente cínicos en los que vivimos, Chus Lampreave representaba la desconfianza de quien ha vivido momentos duros y la inocencia de quien observa maravillada cómo ha cambiado todo a su alrededor. Por todo ello hoy tenemos la sensación de que se nos ha muerto esa tercera abuela que no tuvimos. La abuela de un país que siempre ha necesitado reír más y odiar menos. Eso es el lampreavismo, el arte de conciliar a diversas generaciones a través de la risa, de fusionar lo antiguo con lo nuevo, de ser una señora moderna, que te ordena que te abrigues, mientras escribe un tuit. 

martes, 22 de marzo de 2016

American Crime y las vergüenzas de nuestras sociedades

AMERICAN CRIME – Temporada 2



Cuando ABC estrenó American Crime, una historia americana sobre el racismo, las expectativas estaban por todo lo alto, porque el proyecto venía firmado por el guionista John Ridley, que un año atrás había ganado el Oscar por 12 years a slave. ¿Quién mejor que el hombre que había adaptado la terrible historia de Solomon Northop para hablarnos del racismo actual, mucho tiempo después de la abolición de la esclavitud en Estados Unidos? Aquella primera temporada de American Crime fue una sucesión de calculados golpes al riñón de un país en el que la herida de la esclavitud sigue supurando en forma de racismo. Con un estilo narrativo seco, una puesta en escena sucia y urbana, y un ramillete de personajes llenos de prejuicios, la serie se situó entre lo más estimulante de la televisión estadounidense de la temporada pasada. A pesar de sus bajísimas audiencias, ABC le dio una segunda temporada a esta antología, que más que criminal, es, sobre todo, americana. Tras ver la segunda temporada, podemos afirmar que Ridley ha planteado American Crime como un mosaico de las vergüenzas latentes de Estados Unidos, y qué es lo que pasa cuando dejan de estar latentes y se visibilizan en forma de explosión violenta, de odio.

De la California teóricamente cosmopolita, liberal e interracial de la primera temporada, hemos pasado a Indiana, en el corazón del Midwest, dónde la cuestión racial, que sigue siendo relevante, porque al fin y al cabo lo es en todo el país, comienza a tener una importancia creciente. Sin embargo, aquí el racismo deja paso al clasismo y a la homofobia. Un joven denuncia, tras intentar ocultarlo, haber sido violado en el transcurso de una fiesta del equipo de baloncesto de un instituto privado. A partir de ahí salta por los aires la paz aparente que reinaba en la comunidad. Concatenándose dos crisis, la social y la familiar. A la cada vez más amplia brecha entre las clases acomodadas y las desfavorecidas, se une un creciente desapego entre lo que los padres quieren para sus hijos y lo que sus hijos sienten, necesitan, temen o anhelan.

A partir de aquí, posibles spoilers

Esta segunda temporada de American Crime bucea en las fracturas sociales, familiares y personales de nuestras sociedades occidentales. En el plano social, retrata cómo el mundo es manejado por las personas que detentan el poder. A través de la manipulación masiva que hace de la historia de la violación la directora del instituto, interpretada por una gélida Felictiy Huffman, una de esas villanas terribles, tanto por lo que hace, como por lo plausible que resulta. Como vemos a diario en las noticias, esas personas que controlan el tablero siempre acaban cayendo de pie, por muy graves que sean las acciones que cometen. American Crime visibiliza así la corrosiva corrupción que nos asola. Ya sea institucional o moral.

En el plano familiar, American Crime reincide en una idea que ya sobrevolaba en la primera temporada: no conocemos a nuestros seres queridos. En la era de la comunicación global, instantánea y constante, nos hemos convertido en seres profundamente incomunicados. Ya otras series como The Leftovers han abordado este drama de primera magnitud. En la serie de Ridley se ven las dos caras de esa moneda. Por un lado, la hiperconexión, con los mensajes que se mandan los adolescentes implicados entre sí. Mensajes llenos de violencia, de dolor, de deseos que avergüenzan al que los tiene, de pulsiones inconfesables cara a cara. De hecho la diferencia entre cómo es uno a través de las redes “sociales” y cómo es uno en persona está en el centro de la trama. ¿Y si en el fondo nuestro yo de las redes sociales se parece más a nuestro yo interior que al que dejamos ver exteriormente? Ouch.

Por otro lado, tendríamos la incomunicación. Entre parejas, entre amigos y, sobre todo, entre padres e hijos. Así tenemos a cuatro madres que han sido incapaces de leer a sus hijos. En primer lugar la madre de la supuesta víctima, interpretada por una desgarradora Lili Taylor, el rostro roto de la impotencia y de la culpabilidad. En segundo lugar la madre del cabecilla del equipo de baloncesto, interpretada por una rabiosa Regina King, más preocupada en el éxito de su hijo que en su propio hijo, y que emplea todas sus armas de persona acomodada y con buenas conexiones, para que éste salga indemne.  En tercer lugar, la madre del presunto violador, a la que da vida una viscosa Emily Bergl, que decidió esfumarse de la vida de sus hijos, evadir responsabilidades y encerrarse en sus miedos, prejuicios y taras. Y en cuarto lugar, la madre de la hija del entrenador, a la que encarna la siempre sensacional Hope Davis, que paralizada por sus propios problemas, es incapaz de evitar que su hija cometa los suyos.  Resulta interesante observar cómo son las madres las que cargan con la culpa de no conocer a sus hijos. Los padres se disuelven en la tragedia. Son ellas el motor de la historia, por sus acciones o por sus omisiones. Incluso aunque los padres estén presentes, sus actos son hacia afuera, jamás hacia adentro. En cambio, las interacciones entre madres e hijos nos dejan vislumbrar qué no ha funcionado en esos hogares, qué estaba roto. Ellas asumen, tras el estallido de la crisis, que sus casas están en llamas y que el incendio lo provocaron más los padres, que los hijos. Ellos no.



Si hasta ahora hemos hablado de los personajes adultos que pululan por la historia, es en el plano personal dónde podemos bucear en los sentimientos de los adolescentes que la protagonizan. El logro más extraordinario de esta segunda temporada de American Crime es, sin duda, el dibujo que hace de la psique de los teóricos antagonistas del relato, si es que este fuera un relato clásico: el adolescente presuntamente violado, interpretado por un frágil y destrozado Connor Jessup, y el presunto violador, al que da vida un turbador Joey Pollari. American Crime es un drama social, un drama familiar, pero sobre todo, un asfixiante drama psicológico. Durante los 10 capítulos que dura esta segunda entrega, perseguimos a estos dos chavales autodestructivos a los que la soledad, la tristeza y la incomprensión (de los demás, pero también de sí mismos) les han destrozado la vida. Ridley y su equipo podrían haberlos juzgado, y haber condenado al presunto violador, sin embargo no lo hacen. Lo fundamental no es saber si efectivamente se produjo la violación, sino indagar en las causas y en las consecuencias que tuvo para ambos, para sus familias y para su comunidad. Lo cierto es que los problemas de ambos no comenzaron con la violación, su camino hacia la destrucción había empezado mucho antes. Quizás por ello, y aunque a muchos espectadores los haya dejado insatisfechos, la decisión de Ridley de optar por un final bastante abierto es congruente con el relato. Ni sus problemas comenzaron con la violación, ni sus problemas terminarán con la resolución judicial de la misma y del posterior asesinato cometido por el personaje de Jessup, tras ser apaleado y amenazado por los compañeros de equipo de su agresor. Como bien podemos ver en el último plano de Pollari, no hay catarsis, sigue igual de destrozado, subiéndose a coches de desconocidos, buscando en su tacto unas emociones que no encontrará. Intentando diluirse en la piel de hombres que sólo buscan sexo fácil y hueco. En cierta forma Pollari toma el testigo del Joseph Gordon-Levitt de Mysterious Skin. Sobre todo en la terrible secuencia en la que uno de esos desconocidos lo golpea e intenta violarlo. No hay salida del laberinto. Ambos están irremediablemente rotos. Y esa es la parte del relato más aterradora y pesimista. Un relato que quizás en su recta final se dispersó intentado ocupar (ideológicamente) demasiados temas: la vigilancia en la era de internet, las armas, los asesinatos en institutos, el sistema judicial... Aún así, American Crime: Segunda temporada, es, ante todo, el letal retrato de una sociedad enferma.

viernes, 26 de febrero de 2016

Los No-Oscar 2015 IV: Película

10. Anomalisa
Dos de los escritores audiovisuales más interesantes de los últimos años, Charlie Kaufman y Dan Harmon, unen esfuerzos escribiendo una película animada tan dolorosa como sorprendente. Un hombre que se dedica a escribir libros de autoayuda, cínico y descreído, cansado de su vida, hastiado, se enamora de repente de una mujer, sintiendo un amor incontrolable por ella. Lo que podría ser una comedia romántica, se transforma en una de las películas más agrias y complejas emocionalmente de los últimos años. Una genialidad que mejora con el paso de los días.

9. The end of the tour
El escritor David Foster Wallace tuvo una carrera breve, pero un gran impacto en toda una generación de lectores y de escritores. Fue, eso que rimbombantemente se llama “la voz de una generación”. The end of the tour toma la sabia decisión de centrarse en su figura a través de su breve encuentro con el periodista David Lipsky, que lo acompañó en los últimos días del tour promocional de Infinite Jest, la novela por la que el autor ha pasado a la historia. The end of the tour es un film a medio camino entre lo intelectual y lo emocional. Una obra que se sumerge en la psique de un hombre triste y en la mente de un hombre brillante. Un retrato maravilloso de una persona que se sentía profundamente sola. Es una película que duele, si uno es capaz de conectar con su protagonista.

8. Sicario
Una agente del FBI acaba inmersa en una operación contra el narcotráfico en la frontera entre USA y México. En un mundo tan salvaje, nadie es quién dice ser y ella no es más que un peón en una partida que se escapa a su control. Sicario es un thriller sensacional, pausado e incómodo, duro y áspero, como el territorio en el que está ambientado. Denis Villeneuve se confirma como uno de los mejores directores del cine actual.

7. Inside Out
¿Cómo funciona nuestra mente? ¿Cómo nos gobiernan nuestras emociones? Inside Out juega a mostrarnos la cabeza de una niña que está a punto de convertirse en adolescente, y el resultado es sensacional. Una película imprescindible. Graciosa, emotiva y, sobre todo, inteligente (y que confía en la inteligencia de sus espectadores, sean niños o adultos). Una obra llena de imaginación y de humanismo. Sí, la tristeza es tan importante como la alegría en nuestras vidas.

6. Saul Fia
¿Aún se pueden hacer películas perturbadoramente novedosas sobre el Holocausto? László Nemes nos ha demostrado con su debut en la dirección que sí. La cámara de Nemes persigue a un judío húngaro, prisionero en un campo de concentración, que trabaja guiando a otros judíos a las cámaras de gas y luego deshaciéndose de sus cadáveres. Saul Fia es tan dura cómo su  premisa deja entrever. Una película aterradora. Toda una experiencia.

5. The Hateful Eight
Tras apuntar en esa dirección con su anterior film, Django Unchained, Quentin Tarantino vuelve a poner rodar un western atípico ambientado después de la Guerra de Secesión en un país que supura racismo, machismo y violencia. Para hablar de todo ello, encierra a un grupo de miserables en una cabaña y los enfrenta entre ellos. Divertidísima, ingeniosa y visualmente impresionante, The Hateful Eight es otra película estimulante de uno de los cineastas estadounidenses más relevantes de las últimas décadas.

4. Clouds of Sils Maria
Una veterana actriz vuelve a enfrentarse, muchos años después, a la obra de teatro que la catapultó a la fama y sobre la que cimentó su carrera. El problema es que ahora interpretará al personaje más mayor, en vez de a la joven que encarnó la primera vez. A partir de esa premisa, Assayas construye un drama psicólogico cargado de ironía y melancolía. Un pequeño artefacto explosivo. Sils Maria no es fácil de olvidar, se te clava en el cerebro.

3. 45 years
¿Qué pasa cuando un fantasma del pasado sacude la plácida existencia de un matrimonio retirado que está a punto de cumplir 45 años de casados? Que algo entre ambos se empieza a romper, lenta e inexorablemente, poniendo en cuestión la totalidad de su vida compartida. 45 years es una película contada con una naturalidad que impresiona. Tierna, dura y sencilla. Una de esas películas pequeñas en apariencia pero inmensas en contenido. Haigh rueda una apología de los silencios, las miradas y la naturalidad de la vida doméstica. Duele.

2. Steve Jobs
Aaron Sorkin’s Steve Jobs es una película que no ofrece ningún descanso ni a sus personajes, ni a sus espectadores. Un baile sin fin de diálogos punzantes, ideas y sentimientos. Todo en esta película está al servicio del guion de Sorkin. Desde la cuidadísima y juguetona fotografía, hasta el frenético montaje, pasando por una dirección comedida y un reparto sensacional. El film sitúa a Steve Jobs en tres momentos clave de su carrera y lo enfrenta a sus propios aciertos y errores. No es una agriografía, es un relato que desafía a su protagonista.

1. Carol


Carol es la película más hermosa del 2015. Una historia de amor delicada, tierna e intensa. El retrato de dos mujeres insatisfechas con sus vidas, que acaban encontrando, la una en la otra, aquello que necesitaban. Carol también es una de las películas más redondas del año, un film dónde todos y cada uno de sus elementos se encuentran en perfecta armonía. Todd Haynes ha logrado un pequeño milagro, una película conmovedora y estimulante sobre el amor, el deseo, la insatisfacción, la madurez y la atracción.