jueves, 26 de febrero de 2015

Los USA de The Americans y Reagan: nucleares, desiguales e intervencionistas

THE AMERICANS


Sólo siento frío



Esta temporada de frío invierno lo mejor que uno puede encontrar en la televisión americana es un drama sobre espías soviéticos en los Estados Unidos de Reagan llamado The Americans. No es una serie que cause revuelo mediático (ni en las redes sociales), coseche grandes audiencias o tenga una fuerte presencia en los premios, y sin embargo es uno de los dramas más sólidos, inteligentes y complejos de la televisión actual. Si su primera temporada se centró sobre la crisis matrimonial, y su segunda entrega giró en torno a la familia, esta tercera redondea el relato contándonos cómo la crisis familiar resquebraja el matrimonio. Pero más allá de estas tramas centrales, es decir más allá del corazón del relato, The Americans traza una brillante panorámica sobre la América de los años 80. Mientras la cultura audiovisual americana ha reflexionado de forma exhaustiva sobre los años 60, la década en la que los estadounidenses perdieron la inocencia (JFK, MLK, Vietnam, segregacionismo, Bobby…), no ha abordado con suficiente ímpetu los Estados Unidos post-Watergate, sobre todo los 12 años en el poder de Ronald Reagan y George Bush padre.

De hecho, mientras que la América post-11 S ya cuenta con un importante material audiovisual (y que crece año tras año), las décadas de los 80 y 90 siguen siendo páramos en la cultura audiovisual americana. El mandato de Reagan es interesante, ante todo, porque aquellas tormentas neoliberales acabaron produciendo los lodos en los que estamos ahora embarrados. Los 80-90 fueron en Estados Unidos la época del consenso bipartidista total. Primero gobernaron dos presidentes republicanos con mayoría demócrata en el Congreso, y luego un presidente demócrata bajo una mayoría legislativa republicana (salvo durante sus 2 primeros años, en los que naufragó su reforma sanitaria). Ese consenso en lo esencial (capitalismo de rostro amable (es decir, consumista) pero implacable e imperialismo internacional) se quebró tras el 11-S (más bien tras Irak) alumbrando la América abiertamente dividida de los últimos 15 años bajo la dirección de Bush hijo y Obama.

La Administración Reagan es importante porque aún a día de hoy es el prototipo de Presidente al que todo candidato republicano aspira a parecerse. El hombre que venció a la recesión y a los soviéticos. Sin embargo, en aquellos apacibles Estados Unidos cuasi monolíticos, supuraba una intensa oposición al consenso bipartidista. Dicha oposición desarticulada en diversos movimientos y con muy variados objetivos podríamos resumirla en tres ejes de denuncia fundamentales, señalados por Howard Zinn en su anticanónica A people’s History of the United States: pacifismo y movimiento antinuclear, desigualdad económica y de derechos, y oscurantismo de la intervención americana en el extranjero (y cada vez más en el interior).

En la serie de Joseph Weisberg y FX están presentes (con bastante intensidad) dos de esos tres ejes de oposición capitales. El campo de la desigualdad (que quizás sea el más interesante a día de hoy) no está cubierto, básicamente porque la serie nos habla de gente de clase media que vive en barrios suburbiales de casas unifamiliares. Sin embargo los otros dos temas se entrecruzan constantemente en el relato. Por un lado, tenemos a Paige (Holly Taylor), la hija del matrimonio de espías, inmersa en el movimiento antinuclear, fuertemente impulsado desde congregaciones religiosas. De hecho los pastores fueron una de las oposiciones más evidentes (y sangrantes) que tuvo la política de Reagan de congelar aún más la Guerra Fría, empujando al país hacia una permanente amenaza nuclear. Por otro lado, tenemos al matrimonio Jennings (Keri Russell y Matthew Rhys, fantásticos), a su vecino Stan Beeman (Noah Emmerich, clava su personaje) de la división de anti-espionaje del FBI, y a los miembros de la Rezidentura soviética en Washington. A través de ellos vamos viendo la política de seguridad y defensa de los Estados Unidos. El turbio papel que jugaron en América Latina la CIA y el Pentágono (ya saben aquello que dijo Kissinger sobre un caudillo latinoamericano sustentado por Washington: “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”) pero también la URSS; el apoyo a los talibanes en Afganistán, intentando (y consiguiendo) convertir aquello en el Vietnam soviético; la escalada armamentística impulsada desde Estados Unidos, con una URSS en descomposición intentando seguirle el ritmo; y el creciente aumento del espionaje dentro del país a ciudadanos americanos.

El encanto de The Americans es precisamente la relectura oscura y pesimista que hace de la década de los 80. Y las reverberaciones que dichos años tienen en nuestro mundo actual. En una época en la que se negocia un acuerdo con Irán para que no construya  armas nucleares: en la que Corea del Norte es una constante amenaza; en la que el ISIS se cierne sobre Oriente Próximo e Israel cada día es un país más acorralado y más virado hacia la extrema-derecha; en la que el conflicto entre Occidente (entiéndase la OTAN) y Rusia se ha reavivado en Ucrania; y en la que NSA/CIA/FBI vigilan a millones de ciudadanos americanos y extranjeros; The Americans resultar ser una serie fundamental para recordarnos que nada de esto se ha gestado por una serie de acontecimientos inconexos y de reciente producción. Que la sociedad de control y miedo en la que vivimos se comenzó a montar hace mucho tiempo, no desde el 11-S como nos han hecho creer. El 11-S lo único que hizo fue provocar que todos aquellos engranajes que se movían en las tinieblas, salieran a la luz en forma de grandes estallidos (guerras, Patriot Act, Snowden…).

Por ser una serie fantástica sobre la familia como estado de crisis permanente, un thriller de espías brillante, una colección de pelucas y bigotes de pega desternillante, y una escapada fascinante a la cultura americana de los 80 (la música, el cine, la tele), The Americans debería ser valorada como una gran ficción. Pero además, por su retrato implacable de las estrategias de poder corrosivas puestas en marcha tanto por Estados Unidos como por la URSS, The Americans es una serie con una acusada pertinencia histórica. Un relato demoledor sobre cómo el poder lo impregna todo, sobre cómo vivimos atrapados en nuestras propias sociedades cada día más distópicas. No encontraréis aquí esperanza, pero sí complejidad.

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