domingo, 30 de noviembre de 2014

Hasta que nos olamos, Cineuropa (2014)

CINEUROPA

Pelegrín, mascota del Xacobeo 93, leyenda de por vida

Ayer terminé mi Cineuropa 2014. Ese pequeño festival no competitivo (mi Little Little Little Toronto) que con mucho esfuerzo se organiza cada año en esta ciudad tan pequeña y de clima tan complicado en otoño llamada Santiago de Compostela. Ese pequeño festival que alegra mi mes de noviembre y me permite ver el cine que de otra forma no podría ver. También es mi pequeño Cannes, que mitiga un poco el hecho de que posiblemente jamás vaya ni a Cannes ni a Toronto. Creo que el nivel de películas que vi fue mejor el año pasado, o quizás simplemente es que el año pasado yo era tal desastre vital que abracé Cineuropa como bote de salvación. No lo sé. Aún así mis 10 (+1) películas me han aportado algo. Al final, supongo, que esa es la magia del cine.

Empezando por el final, ese mini-maratón de 6 horas que me metí entre pecho y espalda (la segunda aún está adolorida) ayer de Kis uykusu (Winter Sleep) y Mr. Turner. La primera me decepcionó un poco y la segundo me sorprendió otro tanto. Quizás me esperaba que la película que le dio por fin la Palma de Oro a Nuri Bilge Ceylan iba a ser una obra descomunal. Y no lo es. Tampoco creo que lo pretenda. Es un relato hondo y sangrante sobre un grupo de personajes doblemente encerrados, en sí mismos, y en el espacio que los rodea, el frío invierno en medio de ninguna parte en Anatolia. Ceylan rueda maravillosamente, pero a la película le sobra metraje, 3 horas, 10 minutos es demasiado tiempo. A Mr. Turner también le sobran algunos minutos en su tramo final, en el que parece que Mike Leigh no sabe como echar el cierre a la historia del pintor británico J. M. W. Turner. Aún así es una poderosa y entretenida película sobre el proceso de creativo y la pasión artística. Entre Leigh y el director de fotografía, Dick Pope, pintan (no pude resistirme al juego de palabras) alguno de los planos más hermosos que he visto en mi vida. Así de rotundo me pongo. Y claro, Timothy Spall está fantásticamente contenido en un personaje de formas rudas y mirada tierna.

Siguiendo de atrás hacia adelante, el viernes vi Plemya (The Tribe), que causó sensación en la Semana de la Crítica en Cannes y está nominado en los EFA en la categoría de ópera prima junto a La Herida y 10.000 km. Entré en ella sin saber qué iba a ver y desde luego me sorprendió. Una película protagonizada por sordomudos, en la que no se subtitula el lenguaje de signos y que tampoco tiene música. El cine desnudo. O incluso más, el cine hecho carne. La película es pura atmósfera y fatalidad. Ese internado terrible en el que está ambientada parece una pesadilla de esas que te despiertan por la noche sudando. Violenta y seca, es, desde luego, todo un descubrimiento. Mi última semana en Cineuropa comenzó con el extraño León de Oro de Venecia, A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existence, que cerró la trilogía sobre el ser humano del sueco Roy Andersson. Si el año pasado vi Gente en sitios, este año vi esta película. Un conjunto de piezas cómicas muy absurdas, de las cuales algunas funcionaban muy bien y otras se caían con todo el equipo. No me parece una gran película, pero me arrancó alguna risa y sí que tiene gags muy inspirados y inteligentes.

El plano icónico de Leviathan

En la segunda semana vi otras cuatro películas: Leviafan (Leviathan), Force Majeure (Turist), Mommy y Magical Girl. Leviathan del ruso Andrei Zvyagintsev, es una sucesión de puñetazos al estómago. El film cuenta la historia de un hombre al que expropian la casa por un precio ínfimo y como en su lucha por hacer justicia se va viendo atrapado por los perversos mecanismos del poder, no voy a volver a citar a El proceso de Kafka por decimonovena vez este mes, pero vamos, que de eso habla. Una película necesaria sobre tiempos sombríos. Turist es la segunda mejor comedia negra (negrísima) del año, tras Relatos Salvajes. La historia de cómo una familia se va desintegrando tras sufrir un amago de alud, y que el padre huyera despavorido dejando a su mujer e hijos tirados. Un complejo vacacional de lujo se convierte en una cárcel de rencillas, miedos y frustraciones. Los ricos también lloran. En Magical Girl, Carlos Vermut sigue construyendo ese mundo tan perverso suyo que comenzó con la monumental Diamond Flash. La historia de tres personajes va encajando mientras el relato nos oculta, precisamente, las piezas más interesantes que llevan a ese encaje. No eres travieso ni nada Vermut. Visualmente es una maravilla, pero quizás me esperaba más, quizás Diamond Flash me parezca narrativamente más osada, más ambiciosa. Aún así, una de las grandes películas españolas de este año, sin duda.

En la primera semana vi Phoenix y Miss Julie. Dos películas, como Magical Girl, sobre mujeres rotas. Phoenix es un melodrama sobre el final de la II Guerra Mundial y los restos del naufragio nazi que bucea en lo perversos que podemos llegar a ser los humanos con tal de salvarnos. La película tiene unos 20 minutos finales brutales. Ha habido muchísimo nivel en actrices este año en mi Cineuropa, me da pena no reconocer el trabajo de Nina Hoss en mi palmarés ficticio, porque su composición es de una sutileza que desgarra. En cambio la que no es sutil es Jessica Chastain en Miss Julie. Tampoco podía serlo, porque ese personaje necesitaba desenfreno. Una niña rica cargada de problemas se obsesiona con su sirviente, cargado de resquemor, y lo que pasa a partir de ahí es una explosión constante de odio y deseo. El problema de la película de Liv Ullmann es que sus personajes cambian de parece 50 veces en 120 minutos, y al final el espectador acaba mareado. Quizás la película más floja que he visto este año en el festival. Antes del comienzo del mismo ya había visto una de las películas que más ha gustado en la ciudad, Deux jours, une nuite, de los hermanos Dardenne. La película cuenta el deambular de una mujer (soberbia Marion Cotillard) intentando convencer a sus compañeros de trabajo para que renuncien a un bono a cambio de que ella pueda mantener su trabajo. Y durante ese proceso vemos como ella misma va lidiando con sus problemas internos y sentimentales. Una señora película, maltratada tanto en Cannes como en las nominaciones de los EFA.

Antes me salté, con toda la intención del mundo, Mommy, porque quería hablar de ella en último lugar. Sí, como cabía esperar, ha sido mi película favorita de este Cineuropa. Dolan se ha hecho mayor. Dolan y yo nos hemos hecho mayores. Mommy es una obra adulta sobre unos personajes que por mucho que intenten ponerse de pié siempre terminan tropezando. La historia de una madre con un hijo enfermo al que no puede controlar. La historia de un hijo que quiere hacer las cosas bien pero que a veces es incapaz de controlar todas sus ansias y acaba siendo peligroso. La historia de una vecina de clase media encerrada en sus miedos, que encuentra en esa atípica familia su válvula de escape. Mommy es una catarata de sentimientos guiada por una dirección que es puro cariño, pura sensibilidad. El año pasado le di el premio gordo a Xavi (ya es como de mi familia), y sí, este año, volveré a cometer la misma osadía. Los veinteañeros tenemos mucho que decir, y más los que son unos genios como Dolan. Ahí va mi palmarés, he sudado tinta china para cuadrarlo y conseguir colar a todas las películas relevantes que he visto. Ahora entiendo un poquito más lo complicado que es ser jurado y tener que repartir tu amor entre tanto gran cine y circunscribirte a las reglas de los Festivales Clase A como Cannes o Donostia (sólo un ex aquo, dos premios por película). Si lo hiciera otro día quizás sería distinto, pero el que me ha salido hoy es este. Suerte a toda esta gente de cara a la Carrera de premios que empieza.

Xavier Dolan con su Premio Especial del Jurado de Cannes, sacando la folclórica que lleva dentro

Pelegrín de Ouro: Mommy de Xavier Dolan. Por emocionarme, hacerme sentir miedo y, sobre todo, por insuflarme ganas de vivir.
Gran Premio del Jurado: Leviafan (Leviathan) de Andrei Zvyagintsev. Por hablar de la Europa que se nos está viniendo encima y analizar al poder en toda su brutalidad.
Mejor Director: Ruben Östlund por Force Majeure (Turist). Por crear un espacio hermosamente cruel para unos personajes tan cabrones.
Mejor Actriz: Anne Dorval y Suzanne Clément por Mommy. Por interpretar a dos mujeres apaleadas por la vida e imprimirles, precisamente, mucha de esta última.
Mejor Actor: Timothy Spall por Mr. Turner. Por hacer un trabajo sutil y preciso creando no sólo a un artista, sino también a un hombre.
Mejor guion: Jean-Pierre y Luc Dardenne por Deux jours, une nuite. Por hablar de la Europa que sufrimos día a día y por ser profundamente humanistas.
Premio Especial del Jurado: Kis uykusu (Winter Sleep) de Nuri Bilge Ceylan. Por mostrar que encerrarnos con nuestros demonios sólo causa mucho dolor.

jueves, 27 de noviembre de 2014

El fin de la justicia y el fin del mundo. The Newsroom 3x03

THE NEWSROOM - Main Justice


Siempre te quedará protagonizar la mejor saga de la historia del cine, Jeff



The Newsroom ha terminado ya la primera mitad de su última temporada. Definitivamente, sólo seis capítulos no saben a nada. Se pasan más rápido que un walk & talk por la redacción de ACN. Definitivamente Aaron Sorkin ha llevado la serie hacia una zona bastante oscura, de espionaje, seguridad nacional y responsabilidad profesional. Con su viaje a Washington, su fiesta de gala y su reunión con la fiscalía casi parece que Sorkin ha viajado en el tiempo y está volviendo a escribir The West Wing. Sería bonito (¡joder si sería bonito!), pero no. La jugada recuerda a cuando en esta serie Sorkin nos iba anunciando que se avecinaba tormenta. La citación final es la guinda del pastel. ¿Gran jurado a nosotros? Ya hemos estado ahí Sorkin. Pero gracias por emplear lo que ya sabes que funciona. Y sí, este Main Justice (3x03), ha sido un capítulo vibrante.

La justicia
No voy a volver a hablar de Kafka, porque eso ya lo hice en el post anterior sobre la winter finale de The Good Wife, pero casi todo lo dicho allí es aplicable a lo que está pasando en The Newsroom con el caso de esta temporada. Es curioso ver cómo la preocupación de los americanos por su sistema legal ha pasado, en el terreno audiovisual, de un juego entre realismo/idealismo en, por ejemplo, To Kill a Monckingbird (Mulligan, 1962), por citar al clásico de los clásicos; al pesimismo de la actualidad. Un fenómeno que se viene gestando desde el 11-S y la subsiguiente aprobación de la Patriot Act. Cuando hablé del capítulo anterior de la serie, ya dije que The Newsroom (y Studio 60) era una enmienda a la totalidad de las políticas de seguridad y vulneración de derechos que se emprendieron durante la Administración Bush y se han mantenido durante la de Obama. En esta denuncia del poder como mordaza, The Newsroom brilla, sobre todo en esa maravillosa secuencia en la Fiscalía en Washington. El speech de Will McAvoy (Jeff Daniels ha estado muy bien en este capítulo) al final, desnudando toda la estrategia del fiscal y haciendo una lista de los errores de dicha estrategia, es una delicia. Uno de esos golpes de genio de Aaron Sorkin.

Brillan también las secuencias en la fiesta de gala, desde la absurda conversación entre Charlie (Sam Waterston) y ese magnate treinteañero (B.J. Novak, Ryan en de The Office), que podría ser el propio Mark Zuckerberg (gracias por este momento tan meta y autoconsciente Aaron), hasta la tensísima conversación entre McKenzie (Emily Mortimer) y “la fuente” (Clea DuVall) de Neal, esa mujer tan peligrosa para “la seguridad nacional”. Sorkin ha sabido construir una trama de espionaje a lo Snowden, sin sobrecargarla pero logrando que sea de verdad enigmática. No es sólo una herramienta para elaborar su discurso sociopolítico, esta historia tiene nervio, y al colocar a su protagonista en el centro de la misma hace que adquiera más relevancia. Neal (Dev Patel) era un peón, el jaque al rey McAvoy, eleva la apuesta narrativa.

El mundo
En el capítulo anterior Maggie (Allison Pill), tras un debate ético consigo misma, renunciaba a usar unas declaraciones de política marrullera, y a cambio conseguí un informe de la EPA (la agencia yankee del medioambiente) que denunciaba que los seres humanos estamos a punto de hacer que el planeta sea inhabitable. Además conseguía una entrevista para hablar del informe con el director adjunto de la EPA, interpretado por Paul Lieberstein (Toby en The Office, ¡Toby!). Pues bien, esa entrevista, hilarante, surrealista y apocalíptica, ha sido el momento más divertido de este capítulo y también el más terrible. Cambiar el funcionamiento del sistema legal es posible, no se hará, pero se puede hacer; pero cambiar el rumbo de la humanidad hacia su destrucción nos viene a decir Toby (le voy a llamar así, no puedo llamarlo de otra forma, es ¡el puto Toby!) que no, que hace 10 años quizás sí, pero que hemos cruzado ya el punto de no retorno.

Escribir una secuencia tan desternillantemente trágica tiene mucho mérito. Conciliar diversión con denuncia. Ese difícil y fino equilibrio que en The West Wing manejaba tan bien Sorkin y que quizás en The Newsroom a veces ha resultado ser demasiado obvio. Lo que al final acaba por hacer el capítulo es una defensa/denuncia de las acciones que llevamos a cabo los seres humanos. Somos capaces de lo mejor y también somos capaces de lo peor. Y quizás en los últimos años, susurra Sorkin, nos hayamos decantado más por lo segundo. Hay que recuperar la dignidad y la ética humanas, podría ser la conclusión del discurso.

martes, 25 de noviembre de 2014

¡No hagas bromas!

THE GOOD WIFE


La trampa reside en que no se puede salir del laberinto por donde se ha entrado






Spoilers hasta el 6x10 a gogó 
El pasado domingo CBS emitió la winter finale del mejor drama de la televisión actual, The Good Wife. Estos diez primeros capítulos de la sexta temporada de la serie del matrimonio King, han sido un caleidoscopio de la frustración. Tanto Alicia Florick como Cary Agos han estado estrellándose contra diversos muros todo el tiempo. La vida es lo que transcurre entre obstáculo y obstáculo, tanto si los saltamos como si nos damos de bruces contra ellos. Si hasta ahora, tanto uno como el otro no habían hecho más que medrar profesional y personalmente, quizás hayan llegado a un punto en el que progresar se paga caro. Tanto el crimen como la política (que cada vez más parece un subtipo de crimen) son demasiado peligrosos tanto moral como judicial o mediáticamente hablando. Cuánto más alto subes, más frío puedes llegar a sentir y más dura será la caída.

El proceso de Cary A.
"Alguien debió de haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, una mañana fue detenido". Así empezaba El Proceso de Franz Kafka, la historia de un hombre que se ahoga en un mar de burocracia y poder gélido como el témpano. Y su eco resuena desde el arranque de la temporada hasta el plano final del décimo capítulo, The Trial (6x10). La historia de un hombre utilizado por actores más poderosos que él. Desde el capo de la droga hasta el FBI, pasando por la fiscalía. Culpable de un delito que no ha cometido, ¿no? Cuando en ese plano final Cary Agos asume su derrota y se declara culpable estamos ante la claudicación definitiva. El sistema ha ganado, los ciudadanos han perdido. Más allá del plano personal-sentimental, dónde Matt Czuchry hace un trabajo descomunal, sin levantar la voz, interiorizando esa frustración y esa resignación final, ese cansancio ante un proceso que lo va carcomiendo poco a poco. Más allá de eso, decíamos, este arco argumental es interesante por las múltiples lecturas político-sociales que puede tener. Por lo agrio que es su pesimismo y por lo inteligente y desafiante que es su discurso. No es un “la justicia es ciega”, es algo mucho más complejo. No es que el sistema judicial sea injusto, es que el sistema está moldeado por las estrategias de poder y lastrado por la burocracia, que puede llegar a ser delirante (véase la asistente de la condicional o cuando Cary sale medio kilómetro de Illinois). Nada es blanco o negro, por muy oscura que sea la espiral en la que se ve atrapado Cary. El poder actúa así, generando normas a la velocidad de la luz para enredarnos en nuestro desconocimiento de las mismas, hasta que llegamos a un punto en el que ya ni nosotros mismos recordamos que, efectivamente, nunca llegamos a hacer nada malo.

Banalpolitik
Vivimos en tiempos muy banales. Sobre todo en el terreno de la política. Mucha gente sostiene que este fenómeno tiene su explosión (sobre todo mediática) a raíz de las mamadas presidenciales de Lewinsky a Clinton en el Despacho Oval, en los inconscientes años 90. Lo que empezó entre saliva y pellejo ha germinado un alud de cargos públicos diciendo sandeces o lo que es peor, no diciendo nada en absoluto. La palabra o se ha transformado en exabrupto o se ha vaciado por completo. El resultado de todo ello es que nuestros cargos públicos no son capaces de decir nada que no sean eslóganes prefabricados aptos para todos los públicos, de escuchar y olvidar, consumibles en el periódico gratuito en el metro o entre broma telefónica y broma telefónica en los programas matinales de radio. En este terrible mundo nos estamos zambullendo por completo este año en The Good Wife. La campaña de Alicia Florick (Julianna Margulies en el 6x09 firma una de sus mejores interpretaciones) para convertirse en Fiscal del Estado está siendo un divertidísimo viaje a las cloacas de la nadería. 

Llegados ya al capítulo 10, ¿sabemos qué propone Alicia Florick, más allá de que quiere jugar limpio y no quiere una administración corrupta? No, y los ciudadanos que la van a votar tampoco. Y no lo sabemos porque no importa nada en absoluto. Vivimos en la sociedad del espectáculo. Show must go on. Lo importante es si Alicia es cristiana o si su rival (un fantástico David Hyde Pierce) es homosexual. Si su marido se acuesta con una vieja amiga (ouch, el 6x09, Sticky Content) o si su rival salta del Partido Republicano al Demócrata según le convenga. Un mundo en el que es más influyente Buzzfeed (los test de Buzzfeed >>> Nosotros, los mortales) que el NYTimes (léase esto mientras uno se imagina a Perez Hilton meando sobre un ejemplar de All President’s Men). La banalización global de la política, que ha pasado de ser un instrumento de cambio, de transformación, a ser un mero entretenimiento del circo mediático. Un entretenimiento que premia los golpes bajos: ver como Alicia y su rival se ven empujados (o quizás, no tanto) a echarse basura a la cara ha sido una de las pequeñas tramas redondas de lo que va de temporada. Y aún más, lo políticamente correcto. ¡No hagas bromas! Alicia, no seas graciosa, no seas ingeniosa, no seas mordaz, no seas interesante, sé un robot. Suelta promesas que no valen nada y eslóganes que no dicen nada. ¿Quién quiere votar por una persona inteligente, graciosa y que se cuestiona determinados comportamientos sociales o la vigencia de nuestros derechos? Nadie. Todo el mundo quiere votar a “la buena esposa”, el problema reside en que, como ya hemos dicho, Alicia Florick ya no es esa buena esposa. Sí, The Good Wife ha comenzado el curso consolidando su liderazgo en las ficciones en emisión. 

domingo, 23 de noviembre de 2014

Ya es Navidad en Shondaland

Me encantaría poder decir que yo hice esto en el paint, pero no, es, de verdad, la imagen de la productora


Este jueves ABC emitió las winter finales (los yankees generando conceptos a la velocidad de la luz) de sus tres dramas producidos por Shondaland, la compañía de la todopoderosa Shonda Rhimes. Tras años buscando una serie que lograra sostener el inicio de esta noche en el horario de 8 a 9, la cadena de Disney descubrió que la solución llevaba una década en antena: Grey’s Anatomy. Adelantó de esta forma las dos series de Rhimes y en el hueco dejado por Scandal en el horario de 10 a 11, en el que las networks programan dramas (adultos, se supone), confió en otra serie de su factoría, aunque no esté escrita por la propia Shonda: How to get away with murder. Le han entregado así una noche entera de su programación, confirmando su posición de poder dentro de la industria televisiva, y a la vez han logrado que esta misma noche de los jueves, la más competitiva de la televisión americana, sea en la que mejores audiencias cosechan. Jugada redonda. Gana Disney y gana Shonda. Es lo que tiene el poder, que no suele perder nunca.

How to get away with murder o Ser más shondista que Shonda
Empiezo por Murder porque es la novata y porque al fin y al cabo es una sangre sucia dentro del shondismo. He de decir que era muy escéptico con ella. Sobre todo tras los primeros 4-5 capítulos. Los principales problemas que le veía eran: una protagonista que no era capaz de cargar con la serie, un coro de niñatos poco interesante a su alrededor (salvo el gayer turbio), y unos casos mal hilados con la trama principal. Y sus principales virtudes: la estructura a medio camino entre Revenge y Damages, su atmósfera nocturna y la inmoralidad de personajes e historias. Llegados a este parón de Navidad y a falta de sólo 6 capítulos, me bajo del carro de los escépticos y me sumo al de los convencidos. Murder es una serie que lleva el shondismo a territorios más oscuros. Dijo mi sestra, mientras veíamos el último capítulo, que el sexo en esta serie le resulta asqueroso. Yo no iría tan lejos, pero está claro que el sexo en esta serie es algo sucio. En realidad el sexo es poder en Murder. Y está desposeído de afecto. De hecho el principal problema que le veo ahora a la serie es que no me creo sus relaciones afectivas (salvo el affaire gayer turbio-chinorri riquiño). Algo que ya le pasaba a Scandal, y que desde luego no le pasa a Grey’s, que cuida mucho más los sentimientos. En el fondo Murder es la profundización del modelo Scandal: mugre, giros y poder. Pero aquí sin restos de moralidad. Lo cual se agradece. El último capítulo, el que nos describe cronológicamente qué pasó la noche del crimen con el que empezó la serie, es desde luego, el mejor emitido hasta el momento. Con los giros justos y necesarios, con una mejor presentación de los personajes y con las dosis de oscuridad y oyoyoyoy necesarias. Nos quedan 6 capítulos de infarto. En ABC han aprendido del error que han cometido con Revenge y la decisión de que la temporada tenga sólo 15 capítulos no podría ser más acertada. Así sí.

Scandal o La coca nunca es suficiente (con spoilers)
Esta temporada de Escándalo empezó de una forma bastante dispersa, con las piezas del tablero bastante desperdigadas, y con el cansino triángulo amoroso Olivia-Jake-Fitz en el centro de la acción. Sus principales aciertos fueron colocar a Abby como secretaria de prensa de la Casa Blanca e introducir al personaje de Portia de Rossi como gran villana de este curso. Después, claro, reincidieron en errores del pasado: la agencia ultrasecreta del ultraperverso padre de Olivia; darle poca cancha al mejor personaje de la serie (Mellie); Huck y todo lo que tiene que ver con él; y la trama del puto de Cyrus, que junto con el conflicto en el imaginario West Angola nos recuerda que, de verdad, Shonda sigue creyendo que está haciendo The West Wing. Pero, como siempre, y a pesar de todos los fallos, Escándalo sigue siendo jodidamente divertida, sobre todo cuando se centran en la banalidad de la política en vez de en el ultraespionaje. Los guionistas manejan muy bien el ruido mediático y los golpes bajos de Washington, e incluso las conspiraciones más grandes que la vida misma, pero el espionaje les queda muy grande. En la winter finale, por fin, esa dispersión de las tramas se ha terminado. Ya tenemos un dibujo completo del mapa. Fitz escoge tan bien a las mujeres como a los Veeps. Las cartas están sobre la mesa y la protagonista a la intemperie tras intentar apagar la luz de ese sol de cocaína que era su todopoderoso padre. Ahora sí, que empiece el show. Sofá, palomitas y vino blanco preparados.
                                                                                                                                                            
Grey’s Anatomy o Eran las relaciones, ¡estúpida! (con spoilers)
A lo mejor esta impresión es algo que sólo tengo yo, pero a mí este arranque de temporada me está pareciendo lo mejor que ha hecho Greys en varios años. Tras las estúpidas tramas de “arruinamos el hospital”, “compremos el hospital” y “gestionemos el hospital”, creo que han recordado cual es el punto fuerte de la serie, las relaciones afectivas entre sus personajes. Así, hemos tenido dos capítulos que me han parecido fantásticos: el de Meredith buceando en su memoria de niña y el de la terapia matrimonial de Callie y Arizona. Y la winter finale camina en esa dirección, dejándonos un montón de frentes abiertos en el plano personal para después de navidades. El más importante, que venía gestándose desde la temporada anterior, es el ligado a la crisis matrimonial de Meredith y Derek. Como una ola que ves avecinarse pero crees que no te romperá encima. Se veía venir esta trama pero creíamos que no se atreverían. Pues bien, se han atrevido. Y la decisión es muy acertada porque Derek hace varias temporadas que no juega ningún papel en la serie, que como Owen, es un mero florero, y sobre todo porque necesitamos reconectar con Meredith. Tienes un problema grande cuando la protagonista de tu serie se ha vuelto insufrible, y eso pasó con Meredith el año pasado en su enfrentamiento a Cristina y ha vuelto a pasar este con su enfrentamiento con Derek y su nueva hermana. Greys necesita ayudarnos a entenderla, ayudarnos a que recobremos el cariño por su victimismo. No será fácil, pero si la tratan con cariño, estamos ante una trama que puede dar mucho de sí. Al igual que la de April/Avery, la de Geena Davis o la de Callie/Arizona. Greys es la primera serie que veo los viernes, creo que es el mejor indicativo de lo mucho que la estoy disfrutando.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Mi relación con Mike Nichols en tres actos


Esta semana ha muerto Mike Nichols, uno de los más grandes directores teatrales americanos del último medio siglo. Como nunca pude ver una obra suya, obviaré, a partir de aquí, ese hecho, como lo obviaría si hablara de, pongamos, Elia Kazan. Ya en el terreno audiovisual, Nichols era uno de esos directores excelentes que se negaron a ser y a ejercer de autores. Un orfebre del cine (y la televisión). Un obrero con talento, sobre todo, para dirigir actores. No soy un gran experto en su obra, creo que por lo tanto no soy digno de hacer un repaso exhaustivo a la misma. Logró 7 Tonys como mejor director (y otro par más como productor), 2 Emmys y 1 Oscar. Pasará a la historia como el director de The Graduate (por la que ganó su Oscar). A la historia de la cultura occidental del S.XX, ahí es nada. Su última película fue Charlie Wilson’s War, con guion de Aaron Sorkin. Pero no hablaré ni de una, ni de otra. Tampoco hablaré de una película que me encanta pero que fue bastante apaleada en su época, Primary Colors, un atrevido y oscuro thriller político sobre los Clinton y lo carroñeras que son las luchas de poder. Hablaré sólo de los tres derechazos más bestias que su obra audiovisual me asestó. Tres derechazos grabados todos ellos tras haber sido primero, claro, obras de teatro.

- Angels in America (2003)
Vi la adaptación que hizo Nichols de la obra de Tony Kushner para HBO hace mucho tiempo. En el pleistoceno de mi vida como seriéfilo. Frente a las puestas en escena más teatrales de las dos películas de las que hablaré a continuación, en esta miniserie Nichols exprimió las posibilidades del audiovisual para volverse onírico, saltando del cielo al infierno, de lo real a lo imaginado. Aún a día de hoy sigue siendo la obra centrada en el SIDA que más me gusta. Es inteligente, es dura, es ingeniosa y sí, es desoladora. Tiene una factura espectacular (puro HBO) y un reparto increíble liderado por una desatada Meryl Streep, el mejor Al Pacino de los últimos 20 años, Patrick Wilson en la mejor interpretación de su carrera, Mary Louise-Parker, que tampoco nunca estuvo mejor, y Emma Thompson. Es de esas miniseries que recomendaría ver del tirón en una tarde de fin de semana lluviosa, tapado con una manta y concienciado de que te va a hacer sufrir. Y aplaudir.

- Who’s afraid of Virginia Woolf? (1966)
Tengo una memoria bastante endeble, así que no sólo se me olvidan los finales de las películas, sino que también se me olvidan las condiciones en las que las vi. El entorno. Sin embargo, recuerdo cómo olía la noche de verano que vi Who’s afraid of Virginia Woolf? El calor húmedo que hacía aquella noche. Cómo estaba situada la silla dónde tenía colocado el portátil. Cómo estaba yo acostado en el sofá. Quise vivirla tanto, que todo lo que giró en torno a ella lo viví demasiado. Who’s afraid of Virginia Woolf? fue la primera película que dirigió Nichols, su ópera prima, aunque ya era un peso pesado en Broadway. Su primera película es una de mis películas favoritas. Soy público cautivo de lo que podríamos llamar el micro-género de películas sobre parejas que discuten. Y esta adaptación de la obra de Edward Albee es una de sus cumbres. Nunca he visto un duelo tan descarnado entre dos actores, como el que trazan aquí Elizabeth Taylor y Richard Burton. Vuelcan su vida real en estos personajes y lo que logran es una ficción que te rompe por dentro, porque ves como secuencia a secuencia ellos se van devorando el uno al otro. Si hiciera una lista con mis interpretaciones favoritas, la de Elizabeth Taylor estaría, sin lugar a dudas. Creo que nunca una interpretación me ha dolido tanto.

- Closer (2004)
He visto esta adaptación de la obra homónima de Patrick Marber unas cinco veces. Y siempre digo que cada vez que la veo me parece mejor que la vez anterior. No es tanto que Closer sea una gran película, como que es una gran película para mí. No es una de mis películas favoritas, pero sí es una de las películas de mi vida, por la conexión que a lo largo de una década se ha creado entre ella y yo. No lloro viendo películas, pero Closer siempre consigue dejarme al borde de la lágrima. Julia Roberts, Jude Law y Clive Owen están fantásticos en esta película. Natalie Portman está extraordinaria encarnando la más rabiosa de las fragilidades. Si Closer me gusta más cada vez que la veo es porque mi reloj vital cada vez se acerca más al de sus protagonistas, y eso hace que entienda cosas que no había entendido antes. O más que entender, que conecte. En los últimos tiempos me ha pasado que canciones que conozco desde hace mucho tiempo y que no había escuchado en años, adquieren un nuevo significado, porque ahora las puedo leer desde una perspectiva diferente. La edad, la experiencia, no sé, la vida, supongo. Con Closer me pasa algo parecido. Cuando la veo me gusta jugar a dilucidar quién soy yo de ellos 4. A cual me parezco más. En casi todas las ocasiones acababa pensando que al personaje de Julia Roberts, lo cual es bastante decepcionante porque quizás sea el personaje con menos magia y chispa. Es la magia de creer que las películas no son un texto fijo, inamovible, sino que cambian, tienen vida, tantos significados como formas de verlas. Hace ya un par de años que no la veo, quizás debería sentarme mañana con una pizza en el regazo y volver a jugar. Who's afraid of Virginia Woolf / Virginia Woolf, Virginia Woolf / Who's afraid of Virginia Woolf…

jueves, 20 de noviembre de 2014

Las buenas prácticas. The Newsroom 3x02

THE NEWSROOM - Run


¡Y yo que pensaba que Danny Boyle me hacía la vida imposible!


Ayer tuve que montar (= a cargar una pértiga durante 2 horas) un grupo de discusión con periodistas para hablar de la vulnerabilidad en los medios de ciertos grupos sociales (mujeres, migrantes, infancia/juventud y personas con diversidad funcional). Al arranque de la sesión los cuatro periodistas (una de radio pública, otro de radio privada, otra de prensa y otra de medio digital) reconocían que en sus medios no existen manuales de buenas prácticas. No hay un librito que te diga como debes tratar ciertas cuestiones peliagudas, ni como debes informar, por ejemplo, sobre cuestiones de infancia, para evitar vulnerar los derechos de las personas. Quiero suponer que en las empresas mediáticas grandes sí que hay este tipo de manuales ético-operativos.

Puedo haber algún que otro spoiler sobre el 3x02 de la serie que le dio el Emmy a Jeff Daniels
Precisamente sobre cuestiones éticas gira el último capítulo de The Newsroom. De hecho, si dejamos de lado la trama romántica entre Sloan y Don (y el buffet libre), las otras cuatro giran en torno a qué debe hacer un periodista en momentos complicados, cómo de relevante es el derecho a la información y cómo se gestiona el mismo cuando los derechos de otras personas entran en juego. Por un lado tenemos a Maggie grabando la conversación privada (pero en lugar público) de un alto cargo de la EPA (si habéis visto la peli de Los Simpson ya sabréis que es la agencia medio ambiental yankee); por otro lado tenemos a la hija de Meryl Streep cometiendo una clásica metedura de pata en twitter; en tercer lugar, la negociación sobre la venta de la compañía y el concepto de televisión como servicio público; y en el centro de la acción, la trama principal: el acto de espionaje en el que colaboró Neal y el debate entre el derecho a la información y el sacrificio personal.

En el fondo, Aaron Sorkin aboga por una ennoblecimiento del periodismo (y de la política) norteamericana, por un restablecimiento de las buenas prácticas. Este vendría a ser en gran tema de The Newsroom, que junto a Studio 60 constituyen una enmienda a la totalidad a la América post 11-S, esa de la Patriot Act, la NSA, etc. La legislación es pos del control 24 horas del ciudadano y la basura que escupen las tertulias políticas han secuestrado al país, reteniéndolo en tiempos oscuros. Por eso Sorkin cree que es pertinente hablar del restablecimiento de la ética en el centro de la vida pública. El capítulo funciona porque está muy bien hilado, y está cargado de significados. 50 minutos de reflexión. ¿Estamos dejando que las normas aprobadas por el miedo estén secuestrando la democracia? ¿A los medios les interesa más el escándalo que los acontecimientos realmente relevantes? ¿Tiene la libertad de expresión barreras infranqueables? ¿Hacia dónde nos dirigimos como sociedad? Quizás, gran parte de las críticas a Sorkin vienen de que no se limita a hacer estas preguntas, si no que muchas veces las contesta. En la trama de Maggie, por ejemplo, nos deja claro qué se debería hacer. Nos alecciona. Y a mucha gente no le gusta que la aleccionen. Creo que es pertinente que lo haga, pero también entiendo que es injusto, que el mundo es más complejo que lo que el idealismo sorkiniano (conceptaco) quiere reconocer, más banalmente complejo, añadiría. Sin embargo, las demás tramas quedan en esta ocasión más abiertas. El debate legalidad vs. información sigue en pie. Al fin y al cabo estamos jugándonos si queremos una sociedad controlada por el poder o un poder (poderes, más bien) controlado(s) por la sociedad.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

We need to talk about Gotham

Más de esto, por favor



En el micro-mundo seriéfilo hay un debate, o más bien un conflicto, un cisma, en torno al formato procedimental. No suele hablarse de ello, pero cuando sale a la luz crea discusiones más o menos encarnizadas entre los defensores y los detractores (fans vs. haters). El problema reside en que muchas veces la discusión no es civilizada. Algunos haters abordan el procedimental desde la condescendencia, considerándolo un formato menor frente al serializado y muchos fans se indignan rápidamente acusando a los detractores de snobs. En cierta forma cuando se habla de este tema, se está dirimiendo una batalla aún más amplia: drama de network vs. drama de cable (de “calidad”, se entiende). Lo cual es inexacto y más hoy en día cuando muchos dramas generalistas han abrazado la serialidad, como Revenge, por decir uno que he visto hace poco y que precisamente tuvo unos primeros 10 capítulos procedimentales.

Si no lleváramos el debate al terreno de la ofensa personal (o más bien, de sentirse ofendido personalmente), quizás podríamos llegar a un punto de entendimiento dentro de nuestros gustos particulares. Yo, personalmente, prefiero la serialidad, pero eso no quita que vea series procedimentales. No suelo usar este argumento porque en mi cabeza suena igual que “no soy homófobo, muchos amigos míos son gays” o “no soy machista, tengo un montón de amigas”. Por eso no digo, que no odio el formato, que de hecho mi serie favorita en la actualidad es un procedimental: The Good Wife, claro. Como el argumento me genera vergüenza propia, prefiero evitarlo y decir que para que el formato procedimental sea el adecuado para una serie que yo quiera ver, tiene que cumplir dos requisitos:
- los casos han de ser interesantes
- los casos han de hacer avanzar a los personajes y a las tramas de fondo

Y estos requisitos ni si quiera son sine qua non. Puedo disfrutar de un procedimental que sólo cumpla uno de ellos en su totalidad y el otro de forma digna. Por ejemplo, las dos series de Shonda Rhimes (no voy a contar a Murder, que sólo la produce) en emisión. Greys tiene unos casos que hacen avanzar a los personajes, aunque muchas veces no me interesen demasiado (aunque suelen entretenerme). Scandal (Escándalo, para los amigos), por lo general tiene unos casos que me divierten muchísimo, aunque en realidad aporten muy poco al panorama general de la serie. Después, claro está, te encuentras con series como The Good Wife con casos brillantes que hacen avanzar el relato y edifican a los personajes. Pero incluso podemos coger un ejemplo de procedimental más puro, porque generalmente se asocia a lo policíaco: X-Files. Sí, los mejores capítulos son los mitológicos no-procedimentales, pero aún así los capítulos “normales” son muy buenos, de hecho tienen alguno excelente.

Esto viene a cuento (sí, tiene una raíz inmediata este post de desvarío) de que todas las semanas mientras veo Gotham me paso sus 40 minutos de duración pensando: “joder, deja de ser un procedimental de una puta vez”. Pero no me atrevo a decirlo demasiado alto porque temo que me fustiguen y me tachen de hater de los procedimentales sin ser nada de eso que diría Isabel, La Vecina de Valencia. De hecho, que el mejor capítulo de la serie por el momento haya sido el único que no ha tenido caso, creo que reafirma mi opinión. Los casos de Gotham son aburridísimos, no hacen avanzar la trama, no construyen a los personajes “buenos”, y los villanos principales están totalmente desconectados de los mismos. Un despropósito. Podría sostenerse que si la serie empezara a dotarse de casos interesantes, debería seguir siendo procedimental. Sin embargo yo creo que tampoco funcionaría. Lo mejor de Gotham son sus grandes villanos, algo que ha heredado en realidad del universo audiovisual de Batman, por eso el último Batman de Nolan fue tan decepcionante, justamente porque no tiene villanos de nivel. ¿No sería mejor partir la temporada en dos mitades separadas por la pausa navideña y centrar cada una en la lucha de Gordon contra un villano de altura? Incluso se podría, dentro de esa gran caza (o partida de ajedrez, más bien) introducir pequeños casos episódicos relacionados con la misma (peones, siguiendo la metáfora). Gotham está agotándose en un formato que no le va bien. Y a la vez está dejando quedar mal a un formato que puede generar series fantásticas.

Pd: Está feo eso de jugar con títulos de películas para poner títulos de post, pero no pude evitarlo. Así que ya puestos, si no la habéis visto, id a sufrir con We need to talk about Kevin de Lynne Ramsay, insensatos.

domingo, 16 de noviembre de 2014

La vida te lleva por caminos sinuosos

OLIVE KITTERIDGE


Quiéreme si te atreves




Entre el final de Boardwalk Empire y el de The Newsroom (y la resurrección de The Comeback), HBO emitió, a comienzos de noviembre, su miniserie de lujo de este 2014, Olive Kitteridge. La ficción, que adapta la novela homónima de Elisabeth Strout, pasa a engrosar la espectacular lista de miniseries propias de HBO, compuesta por obras de la dimensión de Band of Brothers, Angels in America, John Adams o Mildred Pierce. La miniserie aspira a cosechar no pocos premios, sobre todo para su protagonista, Frances McDormand. La actriz firma su mejor interpretación desde Fargo (por la que ganó el Oscar), y está a llamada a completar la carrera de premios perfecta (Golden Globe, SAG, Critic’s Choice y Emmy), como ya hizo anteriormente Julianne Moore (Game Change). Este drama ambientado en un pueblo de Maine, está cuidado al detalle, desde la preciosa BSO del gran Carter Burwell hasta la melancólica fotografía de Frederick Elmes (Blue Velvet). Cuenta con un reparto espectacular liderado por McDormand y Richard Jenkins, en el que nos encontramos a actores veteranos del nivel de Bill Murray, Peter Mullan o Rosemarie DeWitt, y a jóvenes promesas como John Gallagher Jr. (The Newsroom), Brady Corbett (Simon Killer), Zoe Kazan (What If) o el fantástico Cory Michael Smith (Gotham) . Mientras que el guion corre a cargo de Jane Alexander y la (sutil y emocionante) dirección, la firma Lisa Cholodenko (The kids are all right), ambas especializadas en estudios de personajes femeninos.

Después de ese primer párrafo informativo (o algo así), me lanzo a hablar, espero que de la forma más emocional posible, de una de las obras audiovisuales que más me han conmovido en los últimos tiempos. Conmovido y entristecido. Olive Kitteridge cuenta la historia de una profesora atormentada por los problemas psicológicos de sus padres, incapaz de expresar sus sentimientos y  encadenada a un hombre demasiado dulce para su cinismo. La miniserie aborda 25 años en la vida de Olive Kitteridge y su marido, Henry, interpretado sensacionalmente por Richard Jenkins, y nos cuenta básicamente como se va apagando la vida. Como con el paso de los años vamos firmando nuestra derrota, precipitándonos lenta e inexorablemente hacia la muerte. No es una serie en la que pasen acontecimientos extraordinarios (quizás sólo uno, en el tercer capítulo, que funciona como catarsis emocional del matrimonio), sin embargo sí que habla extraordinariamente de los sentimientos que nos invaden, de los miedos y de los deseos que vamos acumulando. También habla de las oportunidades perdidas, de lo que vale el amor más allá de la pasión, de lo difícil que es transmitir lo que uno siente, y de lo complejas que son las relaciones matrimoniales y las paterno-filiales.

Justamente la gran virtud de Olive Kitteridge es abordar de forma compleja situaciones normales en la vida de los seres humanos. Hablar de las conexiones que vamos haciendo (y perdiendo) a lo largo de nuestra existencia como personas en este planeta tan hermoso y a veces tan doloroso. El último capítulo, además, es un retrato de la más honda y triste soledad. De qué esperar cuando parece que tu vida ya no da más de sí. Y aunque parece que toda la miniserie nos lleva hacia una reflexión final de corte pesimista, al final, casi como un tenue y fugaz rayo de sol en un día encapotado, hay una ligera esperanza en ese abrazo en la cama que sellan eses dos supervivientes de la vida.

La aportación más extraordinaria de esta miniserie, es acercarse a un personaje, Olive (repito, McDormand firma una interpretación que no creo que vaya a olvidar jamás), encerrado en sí mismo, que se protege con un escudo de ironía, cinismo y rectitud, e ir desenvolviéndolo ante nuestros ojos, quitándole cada una de sus capas, hasta dejar a esta mujer desnuda, expuesta, llena de sentimientos, rota. Es de una belleza demoledora el retrato que hace la miniserie de su protagonista. Que no expreses tus sentimientos no significa que no los tengas, si no, seguramente, que eres incapaz de sacarlos a la luz porque el miedo te atenaza. Además de ser un alegato a favor de sumergirnos en las entrañas de las personas a las que queremos, Olive Kitteridge sostiene que más allá del romanticismo, lo que importa, sobre todo llegados a la última fase de nuestras vidas, es el cariño, el querer a una persona de verdad. Le recomiendo estas 4 horas de televisión a todas las personas que les gusten las historias de personajes.


miércoles, 12 de noviembre de 2014

Nos siguen tirando piedras. The Newsroom 3x01

THE NEWSROOM - Boston


El sermón de Will McAvoy

Este domingo HBO estrenó la tercera y última temporada de The Newsroom, la cuarta serie de Aaron Sorkin, y quizás la última. Al calor de dicho estreno Sorkin ha anunciado que no volverá a escribir para televisión porque 3 de sus 4 series han sido un fracaso. Obviamente el gran éxito de su carrera televisiva (y en general) es The West Wing. La serie sobre el equipo del presidente Bartlet tuvo 7 temporadas (Sorkin estuvo a los mandos durante las 4 primeras), mientras que sus otras 3 series suman en total sólo 6 (3 The Newsroom, 2 Sports Night y 1 Studio 60). Cuando Sorkin habla de fracaso se refiere a audiencias y recepción por parte del público. Aunque hay que añadir que no pocas ostias han recibido Studio 60 y The Newsroom, sobre todo esta última. Había puestas muchas expectativas en la unión Sorkin-HBO, quizás demasiadas, y la serie ha decepcionado, incluso a los talifanes de caverna (servidor incluido). The Newsroom es Sorkin en estado puro, sin filtros, sin barreras y quizás la serie resulte por ello demasiado intensa. La principal etiqueta que se le ha puesto a este drama periodístico ha sido la de condescendiente. Sorkin, como ser moralmente superior, regañando a los periodistas americanos por hacer las cosas mal. Asociado a esto, se acusó a Sorkin (con razón) de ventajista. Es fácil señalar lo que se hizo mal a posteriori cuando ya conoces todos los hechos.

Más allá de lo que ha sido la recepción y el recorrido de The Newsroom durante estos 3 años, ahora que llegamos al final, he decidido hacer recaps de sus últimos 6 capítulos, como ya hice el año pasado (más o menos por estas fechas) con otra serie de HBO fundamental para mí, Treme. Soy muy crítico con The Newsroom pero ello no impide que la disfrute como un niño pequeño. Entiendo casi todas las críticas que se le hacen pero a pesar de ello,es una serie que valoro y que me hace muy feliz. Este recap será mi forma de despedirme de ella y quizás del Sorkin televisivo. The West Wing es mi serie favorita, o incluso podría decir que es “mi serie”, así que me parece justo intentar desgranar los entresijos de este desenlace.

La información en los tiempos de Twitter
Si en la primera temporada de la serie sus periodistas eran demasiado inteligentes y lo hacían todo demasiado bien, en la segunda la trama arco (además de la carrera presidencial del 2012) fue que la cagaban a lo grande tragándose una conspiración inexistente. Ahora, en este arranque de la tercera temporada, pagan los platos rotos en el segundo curso mientras intentan volver a ser los del primer año. La rehabilitación profesional de los protagonistas seguirá los 3 actos de Eurípides como le cuenta MacKenzie (Emily Mortimer) a Will (Jeff Daniels): primero persiguen a los protagonistas hasta un árbol, después les tiran piedras y al final ellos consiguen bajar del árbol por sí mismos, de forma catártica. Más allá de los dramas de los personajes o las dosis de americanismo, este primer capítulo, centrado en el atentado en la maratón de Boston, plantea un debate interesante: ¿pueden los medios de comunicación de masas ser pacientes en la era de las redes sociales? ¿deben renunciar las empresas informativas a ser las primeras en anunciar acontecimientos frente a Twitter o Facebook?. Lo que Sorkin viene a sostener es que los medios deben asumir que en los tiempos de la inmediatez a golpe de clic y cámara en el móvil ya no pueden ser la primera fuente de información pero que sí deben ser la fuente veraz de información. Es mejor ser el último en dar la noticia pero estar seguro de que esa noticia es veraz, que está contrastada. Más que inmediatos los medios tienen que ser profundos, tienen que explicarnos la realidad, no soltarnos “noticias” de 140 caracteres.

Si Sorkin defiende esta postura, al final del capítulo nos dice que el público no lo hace. Que al público le interesa el aquí y el ahora, en la era de la sobreinformación, las audiencias (en plural) se quedan en la superficie de las historias porque tienen demasiados frentes que cubrir. Esto provoca que sepamos muchas cosas pero en realidad lo desconozcamos casi todo sobre ellas. Nuestras cabezas son un cúmulo de titulares. Esto es peligroso para el propio sistema democrático representativo occidental, y es por lo tanto uno de los factores que inciden en la crisis del mismo. El hombre occidental vive desinformado en un mar de información, perdido en sí mismo y en el mundo que lo rodea. Y los medios quizás sean las herramientas adecuadas para luchar contra ello, aunque por ahora (y cada vez más) se dediquen a fomentarlo. Veremos cómo progresa la temporada (sobre todo la trama wikileaks de fondo), pero no ha sido un mal arranque, siempre es de agradecer que la televisión te haga reflexionar, aunque sea a golpe de sermón.

domingo, 9 de noviembre de 2014

El matrimonio no marcha bien

Te hiero tanto


Es curioso como en estos últimos meses el cine y la televisión nos han bombardeado con matrimonios a la deriva. Desde el de The Leftovers o el de Halt and catch fire, en el verano seriéfilo, hasta el de Gone girl y los de Relatos Salvajes, en el otoño cinéfilo. Las cosas no están funcionando. De hecho Showtime ha estrenado hace un mes The Affair, una serie que gira en torno a dos personas que se embarcan en una aventura, y sobre cómo sus respectivos matrimonios se van resquebrajando en el proceso. Es curioso como las crisis matrimoniales en estas obras no se abordan desde la premisa “se nos rompió elamor”, se ha agotado, ya no nos amamos. Es decir, desde una perspectiva romántica. Si no que más bien sus matrimonios se han convertido en agujeros negros de problemas que no compensan el amor que se puedan profesar. Los cuernos, la anulación de la otra persona, el abandono, la nula dedicación, la monotonía. Hay una amplia gama de problemas. ¿Es en sí mismo el matrimonio un problema? Cuando la Amy Dunne de Gone girl viene a decir que el matrimonio no es el amor correspondido, sino el agarrarse mutuamente en la caída, nos damos cuenta de que efectivamente el futuro es lúgubre.

Sostienen muchos artistas argentinos (de todas las áreas) que entre las ruinas del corralito surgió una vitalidad artística extraordinaria. Los problemas agudizan el ingenio. Quizás esté pasando eso ahora al calor de las crisis concatenadas que padecemos (económica, social, política, ¿moral?). El arte está cuestionándolo todo, porque todo ha sido puesto en duda. Y el matrimonio, tan pegado al día a día y a la esfera más íntima del ser humano, debe ser escrutado sin miramientos de ningún tipo.

De ese escrutinio que están realizando muchas obras audiovisuales en los últimos tiempos como las que he mencionado antes, podemos concluir que el matrimonio es una cárcel, pero es nuestra cárcel. Casi como si fuera un Síndrome de Estocolmo vital e institucionalizado socialmente. Alguien te secuestra y no quieres liberarte de ese secuestro, o más bien, no puedes liberarte. Todo esto lo refleja sobre todo Gone girl, por eso es una película tan relevante, tan aguda. No es que los matrimonios sean como el de los Dunne, ni como el de ninguno de las otras obras que he señalado. El matrimonio medio no está sometido a esas condiciones extraordinarias. No. Se encuentra dentro de un ambiente “normal”, por eso nuestros padres no se odian/aman al borde de la esquizofrenia. Los matrimonios “normales” no están tan jodidos. Pero algunos de los problemas que se diagnostican en los Dunne están, quizás en estado de hibernación, en la mayoría de los matrimonios. Sobre todo, la frustración. Y aquí vuelvo a la situación de crisis en  la que vivimos, porque las crisis entre otras muchas cosas generan frustración. Y la crisis matrimonial más que ninguna otra, porque es la impotencia reducida a los 120 cm de una cama. Relatos Salvajes, esa sátira sobre la corrupción, es una película plagada de personajes frustrados. En Halt and catch fire o The Leftovers pasa otro tanto. También en The Affair con esa madre de luto y ese escritor de una sola novela. Y desde luego en Gone girl. Si en el cambio de milenio el hombre estaba en crisis consigo mismo, por no ser capaz de comprenderse, ahora el hombre está en crisis con todo lo que le rodea, porque no es capaz de comprender qué es lo que va mal. En el primer caso quería arreglarse a sí mismo para arreglar su vida, ahora, queremos arreglar nuestra vida, para así, arreglarnos a nosotros mismos. Al fin y al cabo, el hombre es ese animal que está constantemente construyéndose y destruyéndose a sí mismo. A esa frase quizás haya que añadirle: y a su pareja.

martes, 4 de noviembre de 2014

Una historia americana sobre los marginados

AMERICAN HORROR STORY. FREAK SHOW


He aquí una actriz descomunal


American Horror Story. Freak Show, ya ha completado su primer acto, el de presentación, tras la emisión de su capítulo doble de Halloween. Si tras los dos primeros episodios creía que Freak Show podría ser otro chasco como Coven, tras Edward Mordrake (4x03-04) tengo la esperanza de que estemos ante una temporada del estilo de Asylum. Materia prima hay. Tanto por personajes como por posibles tramas. Es verdad que hasta ahora sus mejores secuencias han sido las puramente terroríficas o las que han estado centradas en el pasado de sus personajes, y que por lo tanto el devenir del relato aún se vislumbra entre tinieblas.   

Echando la vista atrás, la antología de Ryan Murphy y Brad Falchuk, más que ser un conjunto de historias de terror, es una gran historia sobre los desheredados. Aquellos que han sido apartado por y del sistema (o Sistema, más bien) y malviven en los márgenes. Locos, brujas y ahora personas con malformaciones. Esto sin hablar de los muertos, porque al fin y al cabo ¿hay alguien más dejado de lado que ellos, que ni siquiera siguen entre nosotros? Podemos mirar por lo tanto a AHS como una serie que habla del poder. Obviamente no estamos ante Game Of Thrones o The Good Wife. En AHS el poder no es un poder político, es un poder más incoloro, que es intrínseco a nuestra forma de vida en sociedad. Hay relaciones de poder en todas partes. En esta serie nos hablan del poder definir normas sociales: “qué es lo normal” y el poder de marginar a los que se salen del molde. No por placer, sino por miedo. Y justo aquí es dónde recordamos que estamos ante una historia de horror. Miedo a lo desconocido, a lo disruptivo, a lo incontrolable. La locura o la magia no son controlables. Tampoco la muerte, claro. Y en Freak Show, como si estuviéramos ante un proceso acumulativo, hay las tres cosas. Esta cuarta temporada es un compendio de lo relatado en las anteriores. Teniendo en cuenta esto, su éxito o su fracaso residirá en si es capaz de construir una historia sólida con una dirección clara o simplemente se quedará en retazos de genialidad. Si el monstruo de Frankenstein será un éxito o un fracaso.

Conocer el pasado de algunos de los personajes más relevantes de Freak Show, ha servido para recordarnos que la historia de los marginados es una historia de dolor y decepciones. De hecho, tanto los personajes de Jessica Lange y Kathy Bates, como el del payaso asesino, son seres apaleados por una sociedad que destruyó sus sueños y los marginó. Se precipitaron desde el esperanzador éxito al más cruel de los fracasos. Toda relación de poder necesita como mínimo dos partes, curiosamente en AHS, ambas partes se mueven por los mismos motivos: el miedo. La gente “normal” por miedo a lo desconocido, los desheredados por miedo al rechazo. Vivimos, por lo tanto, en un mundo controlado por el temor. Y como está controlado, no es libre. No somos libres. Ya no es que estemos presos de los grandes poderes políticos, económicos etc., que también, sino que además estamos presos de nosotros mismos, de nuestros instintos. La práctica totalidad de los personajes de AHS cometen actos malignos, o que desde un punto de vista moral o de justicia podríamos catalogar como tales. Sin embargo, la serie nos muestra que no son gente maléfica. A veces la vida nos lleva por caminos raros. ¿Puede una buena persona verse forzada a cometer un crimen? Quizás sí, porque somos animales sociales y nuestros actos no dependen en su totalidad de nosotros mismos. El mundo que nos rodea condiciona nuestras acciones en mayor o menor medida. Repito, no somos libres, quizás nunca lo hayamos sido ni nunca lo seremos. American Horror Story cuenta una historia que da miedo, aunque muchas veces estemos hablando de un miedo distinto al que produce una puerta que cruje. Un miedo más hondo. Miedo a vivir con miedo.

PD: Inspiración a cargo de Foucault y el cobre.