domingo, 19 de octubre de 2014

Dos excelentes comedias dramáticas de autor

TRANSPARENT - Primera Temporada / PLEASE LIKE ME - Segunda Temporada


El miércoles por la noche, entre té, manta y drogas contra la gripe, terminé de ver la primera temporada de Transparent, la serie que por fin ha situado a las producciones propias de Amazon en el mapa, y la segunda de Please like me, una ficción australiana que sorprendió el año pasado por su ingenio. Ambas son, como por ejemplo Girls o (aún más) Louie, comedias dramáticas de autor, que se balancean entre el humor negro y la emoción más honda, siendo ante todo hijas de sus autores, Jill Soloway en el caso de la americana, Josh Thomas en el de la australiana. Si una explora la familia disfuncional y la transexualidad, la otra se centra en los ninis y en depresión. Temas fundamentales a tratar en estos tiempos que corren. Y además abordados con delicadeza, gracia y mucha personalidad. Tanto una como la otra han sido renovadas para una nueva temporada, y volverán a nuestras vidas en 2015.

Nunca es tarde para ser uno mismo
Somebody that I used yo know

Jill Soloway se curtió como guionista en series como Six Feet Under, United States of Tara o How to make it in America, y desde luego la sombra de la serie de Alan Ball es alargada. Otra familia disfuncional condenada a quererse y atravesada por problemas (o más bien miedos o pulsiones) sexuales y afectivos. Si Six Feet Under hablaba de la familia en el cambio de milenio, Transparent nos cuenta cómo ha evolucionado esa misma familia en la primera década del mismo. Deseo, frustración y muerte. Pero además en la obra de Soloway hay lugar para la comedia, incluso para la ligereza y el gag. No estamos ante un drama demoledor, sino más bien ante una ficción que se mueve entre la melancolía, los sueños rotos, la incertidumbre vital y lo patética que puede ser nuestra existencia.

Transparent es ante todo es eso tan manido de “un soplo de aire fresco” en el panorama seriéfilo. Emplea son soltura los flashbacks (un placer ver a Bradley Whitford haciendo algo serio), tiene una puesta en escena a medio camino entre la ensoñación y la torpeza, como si la forma de mover la cámara fuera decididamente imprecisa, tiene diálogos y, sobre todo, dinámicas grupales muy conseguidos. Y además de todo esto tiene un reparto muy bien escogido. Y si los hijos o la madre están muy bien, la estrella de la función es, como no podría ser de otra forma, Jeffrey Tambor, ese patriarca que ya en su vejez decide dejar de vivir en la mentira y hace pública su transexualidad. Tambor que es un curtido actor de televisión, construye, quizás, la mejor interpretación de su carrera gracias a un personaje que es a la vez un caramelo y una bomba de relojería. Y lo hace casi sin levantar la voz, sin sobre actuar en ningún momento, todo en él es contención, y en cierta forma tristeza. Incluso cuando es feliz, transmite pena, quizás pena por no haber sido él mismo durante casi toda su vida. Pena por el tiempo que dejó escapar. Melancolía por lo no vivido.

Nunca es tarde para intentar ser una versión mejor de uno mismo
Con spoilers de toda la temporada

Como muchas otras ficciones protagonizadas por veinteañeros a la deriva (esta premisa empieza a convertirse en un sub-género o corriente en sí misma), Please like me gira en torno a unos personajes que son a la vez egoístas, inocentes, cínicos y pesimistas. Quizás no tener un futuro laboral y familiar claro nos ha vuelto ser así. Quizás. La mejor defensa es ser lo más hiriente que puedas con la gente que te rodea. La ironía como escudo. En su segunda temporada, la ficción de Josh Thomas, nos ha desgranado los primeros pasos hacia la madurez del protagonista. Y lo ha hecho sobre dos pilares, por un lado su responsabilidad como hijo de cuidar de una madre enferma (Debra Lawrance), y por otro lado, a través del amor, de la necesidad de amar. Nos ha colado con naturalidad, humor, y cariño en las entrañas de un centro psiquiátrico para mostrarnos lo frágiles que podemos ser los seres humanos. Hemos vivido los altos y los bajos de todo proceso de curación mental. El gran acierto de Thomas ha sido no tratar a los enfermos mentales con condescendencia, a ello ha ayudado que su protagonista sea incapaz de callarse todas las barbaridades que salen de su oscuro cerebro.

En el otro terreno, el del amor, ha cerrado (de forma bastante patillera) la historia de la temporada pasada, nos ha hablado de eso tan común en la vida que podríamos denominar “enamorarse de un banal capullo” y, oh, nos ha dicho que el amor a veces está dónde menos te lo esperas, y sí, volvemos así al psiquiátrico. Al final las dos tramas, la familiar y la personal han terminado desembocando en esa siesta (riquiña) final. Al final una serie tan cínica ha terminado por ser muy idealista. A veces cuanto más necesitas, más estás también dispuesto a dar. No hay un momento vital perfecto para amar, puedes estar muy jodido y sin embargo hacerle mucho bien a la otra persona. Josh se ha pasado toda su vida lidiando con la inestabilidad mental y emocional de su madre y al final es otro chico, Arnold (el dulce Keegan Joyce) con problemas similares, el que le aporta, paradójicamente, estabilidad a él. Por eso esa siesta es tan poderosa dramáticamente, tan romántica, tan tierna. Al final, quién puede conducir a Josh a través de su deriva es un chico sumido en mil y un problemas. El amor está, dónde menos te lo esperas.

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