viernes, 27 de junio de 2014

Es real. Es la puta vida.

LOUIE - Cuarta Temporada


No quiero desnudarme ante ti, no quiero estar expuesto

Una de mis mejores amigas tiene en su portátil una carpeta que se llama “Canciones para reír y llorar” y cuando tiene un día mariconero o mariano, la abre y de ella salen desde Luz de luna de Chavela Vargas a Bobby Womack versionando California Dreamin’. Y se hace la luz. Yo no tengo una carpeta así, pero tengo a Louie. Louis C.K. me hace reír por fuera y llorar por dentro. No soy una persona que llore viendo películas o series, pero sí que sufro a menudo, y pocas obras audiovisuales me conmueven y conmocionan tanto como Louie que terminó su cuarta (y más consistente) temporada la semana pasada en FX (It’s not TV, it’s not HBO, it’s better). Como estaba de vacaciones no he podido escribir antes. 10 días después de ver Pamela parte 2 y 3 (4x13-14) es el momento de sentarme aquí, con mi taza de café y empezar a escupir elogios.

Como todos los años y a calor de los Emmy se debatirá sobre si Louie es una comedia o un drama. En mi opinión es otra cosa. La serie más radicalmente autoral de la televisión actual. Louis C.K. (que dirige, escribe, protagoniza y produce todos los capítulos) es un humorista corrosivo con una sensibilidad para el drama cotidiano que te desarbola. Lo que él hace en Louie no es una obra que se pueda circunscribir en un género, es más bien un tratado sobre el mundo de la vida que diría Habermas (#postureo) centrado en un hombre blanco, liberal (en el sentido americano), heterosexual de clase media. Louie habla por un lado de esa crisis, la de ese prototipo de hombre, algo que trató con puntería certera Cesc Gay en la infravalorada Una pistola en cada mano (2012). Y por otro, de la incomunicación y la soledad urbanas, en la línea de, por ejemplo, la Her (2013) de Spike Jonze. Al superponer ambas crisis de carácter vital, lo que C.K. entona es un canto triste. El del hombre intentando mantenerse conectado a un mundo que cada vez entiende menos.  Y esa conexión con el mundo tiene que materializarse forzosamente por dos vías, la familia (siempre la familia) y el amor. Por eso esta temporada de Louie es la más anclada en la esfera emocional y también la que tiene unos hilos conductores más definidos.

Si las temporadas anteriores de Louie tenían una estructura más difusa en la que se mezclaban capítulos soberbios con otros menos memorables, ésta ha estado mejor empaquetada. Uno de los grandes temas de la temporada fue Louie bregando con sus problemas familiares, por un lado su relación con su ex-mujer, por otro lado los problemas crecientes con sus hijas (también crecientes) que han tenido mucho más peso e interés que en las temporadas anteriores. El otro gran tema fue el de Louie persiguiendo el amor, ahora que se acerca a la cincuentena y lo único que hay en su piso es soledad. Primero conocimos en el ya icónico 4x03, a la Fat Lady (Sarah Baker, vaya bestia cómica y dramática), que nos dejó el mejor monólogo (rodado en plano-secuencia, por cierto) de la televisión americana de esta temporada (sí, mejor que cualquiera de True Detective, Game of Thrones o Fargo). Después a la vecina húngara, interpretada por Eszter Balint (4x04-09), que sirvió para que el discurso sobre la incomunicación humana y urbana de C.K. se sublimara hasta llegar a lo más hondo, hasta la raíz de nuestra soledad en este mundo globalizado. Y en el último lugar nos reencontramos con una vieja conocida, la badass Pamela (Pamela Adlon, siempre un placer). Y justo ahí, cuando estábamos preparados para el final de la temporada, vimos al Louis C.K. más expuesto, más abierto en canal. También al más indefenso, al más vulnerable. Louie sólo quiere amar y ser amado, pero oh, el funcionamiento del mundo no es tan sencillo. Ya se sabe, you can’t always get what you want.

La vida no es sueño

Frente a la reflexión sobre la satisfacción profesional que acompañó a la tercera temporada, en esta, todo ha girado sobre los sentimientos de Louie. Más sobre el vacío que genera la soledad que sobre la insatisfacción laboral. Si los flashbacks han sido siempre marca de la casa, este año han sido más relevantes aún. De aquellas tormentas, estos lodos, parece decirnos C.K. Si antes la mirada al pasado era sobre todo anecdótica (que no irrelevante). Ahora se posa sobre momentos trascendentales. Y agrios. El discurso parece ser un “se cometieron errores” que diría el Jonathan Franzen de Libertad (2010). De tal forma que nos enseña el momento en que decidió dar por terminado su matrimonio, la claudicación definitiva en un hotel de mala muerte (el desolador 4x07). La derrota. Y en el maravilloso capítulo doble, In the Woods (4x11-12), su viaje al lado oscuro de la fuerza en la adolescencia, entroncando con la llegada de su hija mayor a la misma. Precisamente, si el problema hasta ahora era que el protagonista se hacía mayor, ahora el problema es que se hace aún más mayor y que sus hijas también se están haciendo grandes y comienzan a tener problemas serios. Las secuencias más angustiosas de este año, la del metro (4x04) y las de la tormenta (4x09), han versado sobre Louie intentando proteger a sus pequeñas. La paternidad como estado de sitio constante, como angustia, el amor como miedo. Pasan cosas malas ahí fuera (más allá de la familia) y yo no puedo protegeros, porque no soy capaz ni de protegerme a mí mismo. Ouch.

Llegados a este punto, espero que haya sido capaz de explicar por qué Louie me ha parecido una de las mejores series de este temporada. Así, en general, sin distinguir entre dramas, comedias, miniseries, antologías etc. Espero haber sido capaz de plasmar por qué me ha hecho tanto daño mientras me sacaba tantas risas. Louie me duele porque es de verdad, porque hace que me vea a mí mismo, a mi yo presente y a mi yo futuro, y eso hace que me ría de mí mismo pero que también me entristezca. Ese doble juego es brillante. Por eso esta serie habla tanto y tan bien de la vida, porque la vida es así, cómica y dramática a la vez. Maravillosa… casi siempre.

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