viernes, 21 de febrero de 2014

Dos amaneceres distintos en el transcurso de un año

BEFORE SUNRISE / STOCKHOLM


La información es poder... poder enamorarte

Hace un año vi Before Sunrise (Linklater, 1995), tras haberla visto mucho tiempo atrás y guardar un gran recuerdo de ella, ya que la trilogía Before… de Richard Linklater, Julie Delpy y Ethan Hawke se caracteriza por producir un gran impacto emocional si el espectador entra de lleno en la historia. La vi, esa segunda vez, acompañado (o algo así), y eso también condicionó mi visionado. No sólo pensaba en qué me estaba pareciendo a mí, sino que además me preguntaba todo el rato a mí mismo, ¿qué estará pensando la otra persona?, ¿en esta secuencia verá lo mismo que yo? ¿verá que ella es una bomba siempre a punto de explotar? ¿que él no sabe dónde se está metiendo, que es un puto inconsciente?. Y así todo el rato. Cómo y con quién ves una película obviamente altera tu percepción de la misma. Para mí Before Sunrise dejó de ser la misma película que había conocido en su día. Tampoco yo era la misma persona, quiero pensar que ahora soy un tipo un poco más maduro, sobre todo emocionalmente, que 7 años atrás, cuando aún estaba saliendo de la pubertad.

La primera vez que vi la película me fascinaron su romanticismo y su osadía aventurera, sus ansias de exploración. La segunda vez, en cambio, fue la sensación de complementariedad que transmiten esos dos desconocidos que se encuentran en un tren y deciden pasar una noche juntos surcando Viena. El amor tiene que ver más con estar a gusto con una persona que con vivir una gran aventura. Nos acabamos de conocer pero siento que te conozco de toda la vida. Más confianza y complicidad que frenesí.

Se cometieron errores

El año natural que siguió a ese día, con sus altos y sus bajos, por ese orden, lo completé, con un día de retraso, y esta vez solo, con el visionado de Stockholm de Rodrigo Sorogoyen, la película española de 2013 que más ganas tenía de ver. El espontáneo encuentro en una fiesta entre dos jóvenes con amigos en común entre los que va surgiendo una química especial según avanza la película. Llegaba advertido (es difícil llegar virgen tras un año de run run) de que llegado un momento su aire de comedia romántica se cargaría hasta evolucionar en otra cosa. Y aún así cuando llegó el giro yo no estaba emocionalmente preparado. El amanecer en Before Sunrise era un canto a la esperanza (y también a la inconsciencia), en Stockholm es un crujido, una decepción, un desencuentro. El desencuentro entre una persona que quiere demasiado pronto y otra que quiere demasiado tarde. Ouch. Ahora ya estoy preparado para quererte. Pues yo ahora ya no quiero. Y del constante desencuentro lo único que surge es dolor. Dolor y rabia. Y en última instancia también una honda angustia.

Así, ese piso madrileño de azotea con vistas maravillosas, se convierte en una cárcel en la que no sabemos muy bien quién es el carcelero y quién el prisionero. Al final de Before Sunrise todo eran promesas. En Stockholm en cambio, nos hablan de promesas que no valen nada, quizás porque nunca valieron nada o quizás porque han caducado de mero cansancio, por no ser tomadas en serio a su debido momento. Debe ser el espectador, en todo caso, el que decida, si es capaz de hacerlo. El quizás es algo común a ambas películas, sin embargo en el film de Linklater los quizás se proyectan hacia el futuro, en cambio en el de Sorogoyen danzan noqueados entre los dos protagonistas (Aura Garrido y Javi Pereira, brillantes, sobre todo ella) anclados al pasado, a los errores cometidos.

Es normal en películas que giran en torno a un duelo entre dos personajes tomar partido por el que crees que te identifica mejor. Yo lo hice con las dos primeras películas de Before… y en cambio en la tercera, en la que justamente el conflicto es el eje central aprendí a no hacerlo. Ahí sí que supongo que jugó la madurez, o más que la madurez la experiencia sentimental. Uno no puede quedarse parapetado en sus propios sentimientos, tiene que intentar entender los de la otra persona. Eso quizás sea querer a alguien. Obviamente es algo complicado. Y lo que pasa cuando no lo consigues, cuando te quedas solo, únicamente acompañado de tu dolor, es que te haces daño a ti mismo en una espiral sin fin y acabas haciéndole daño a la otra persona. Lo que pasa en esos casos es Stockholm. El deterioro de una relación entre dos personas que a priori sí funcionan juntas, dos personas que empiezan siendo como los protagonistas de Before Sunrise, adecuadas (no es una palabra romántica, pero creo que es la más acertada) la una para la otra, “las personas” y terminan por no ser, a pesar de ellas mismas, de sus deseos. Stockholm es una película que quema, no como ese café al viento en la azotea, que abre una puerta a la posibilidad de corregir los errores, pero que con su final acaba por cerrárnosla en las narices. Quizás esos tres minutos finales sería lo que cambiaría de la película. Sí, quizás.

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